lunes, 25 de abril de 2011

Howl (Aullido)

Allen Ginsberg, poeta de la generación beat, homosexual, judío, acomplejado, inició Howl (Aullido), el poema que le abriría las puertas de la inmortalidad, con las siguientes palabras: “Vi a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, desnudas, histéricas y muertas de hambre…” Era el año 1955. Nadie le puede negar a este poema el tono salvaje y fresco de su obertura, ni el descaro juvenil, ni la pose profética. Nadie puede obviar su comienzo legendario.
A partir de cierto punto, sin embargo, la obra en cuestión empieza a soltar el tufo de un paquidermo desorientado en la selva de la poesía. Temáticamente, Howl es poco más que una enumeración monstruosa de la farmacopea, la cartografía y el anecdotario beat. Espoleado por la adrenalina del Bebop, Ginsberg se disfraza de hijo putativo de Whitman y el Lorca de Poeta en Nueva York y nos deja un Universo de cartón piedra que se cae a pedazos. En su ingenuidad, Ginsberg no nos engaña. Con Howl sólo quiere llamar la atención de sus hermanos mayores, decirles: “Hey, chicos, yo también sé lo que es ser un maldito”. Y lo consigue.  Pero la relevancia lírica de Howl va declinando a medida que se alarga como un chicle, atrapando  en su magma pegajoso anáforas y guiños cómplices a los amigos del autor.

A pesar de sus defectos, Howl forma parte del primer libro publicado de la generación beat y, aunque sólo sea por este aspecto testimonial de la contracultura americana, su valor es indiscutible.  Después aparecerían The Naked Lunch y On the Road, obras mucho más salvajes y más deslumbrantes  que la de Ginsberg, pero con muchos elementos comunes también. No hay que olvidar que aquí se está estableciendo una forma de escribir, una forma de ver el mundo. Los escritores beat fueron los primeros que se emborracharon, se drogaron, viajaron  y fornicaron como si fuese la última oportunidad que alguien tuviera de hacerlo, y escribieron sobre estas experiencias como si fuese la primera vez que alguien las plasmase sobre el papel. Si hay algo que caracterizó a esta generación, para bien y para mal, fue su desmesura. Y esto aparece perfectamente plasmado en Howl.

Algo parecido a la desmesura acumulativa de este poema sucede con la película homónima. En un principio se trató de un encargo por parte de la Fundacion Ginsberg a los directores Rob Epstein y Jeffrey Friedman para conmemorar los 50 años de la publicación de Howl. Epstein Y Friedman tienen una larga experiencia dirigiendo documentales, entre los que se encuentra The times of Harvey Milk, sobre la vida del político sanfranciscano que inspiraría años más tarde a Gus Van Sant a la hora de dirigir su biopic Milk.  Howl, a ratos, puede parecer también como un biopic sobre Allen Ginsberg, pero no lo es en absoluto. Se trata más bien de un docudrama ficticio acerca de un poema, aunque quizás sus autores preferirían que la consideráramos una película inclasificable. Y, en cierto modo, lo es.
Dividida en cuatro partes, Howl expone otros tantos momentos claves en la vida de un poema: por un lado nos presenta una entrevista a Allen Ginsberg (interpretado por James Franco), en la que éste nos cuenta su vida y nos habla de las ideas e imágenes que le inspiraron a la hora de escribir Howl; por otro lado,  nos ofrece el histórico recital en the Six Gallery, primera presentación de poetas beat en público, en la que Ginsberg declama versos con el mismo entusiasmo con el que un niño de San Ildefonso canta números; hay una tercera parte en la que se recrea el juicio celebrado en  1957 contra Ferlinghetti, editor de Howl and other poems, acusado de obscenidad por haber publicado esta obra. Por último, y enlazando las tres partes anteriores, nos encontramos con el meollo de la película, el poema en sí, expuesto imaginativamente en unos clips de animación dibujados por el artista Eric Drooker. Esta parte sea quizás la más sugestiva de todas, ya que la combinación de las palabras de Ginsberg y las ilustraciones de Drooker aúnan sus efectos hipnóticos, creando unas escenas que nos sacuden las retinas con la intensidad de un mal sueño.


Por supuesto, los versos de Howl no serían lo mismo sin la voz de James Franco. Su labor es magnífica poniéndose en la piel del joven Ginsberg. Si bien es cierto que su interpretación se ve limitada a cierta imagen pública del poeta (plasmada en la entrevista y en el recital) también es cierto que no es necesario nada más. El entusiasmo de Ginsberg, su amor por la vida y la poesía, su ingenuidad y su carisma, aparecen perfectamente caracterizados por Franco. Para un hombre conocido por sus muchas amistades, uno quizás eche de menos más relevancia de éstas en el film. Los clips finales, en los que se describe que fue de cada uno de los personajes que aparecen en la película, resultan ridículos, sobre todo cuando se menciona el futuro de personajes que, aunque famosos, tienen una aparición poco menos que anecdótica. Pero como ya se ha dicho antes, esta película no va sobre Ginsberg.
Cabe destacar también todo el elenco actoral que aparece en las escenas del tribunal. Muy a mi pesar, el trabajo que esperaba con más interés, el de Jon Hamm, fue el que más me decepcionó. En Howl,  Hamm ofrece una interpretación clónica del carácter de Don Draper. Si en Mad Men, la serie icónica de HBO, Draper utiliza su pico de oro para intentarnos vender el capitalismo, en Howl Jake Ehrlich, abogado defensor de Ferlinghetti, intenta vendernos la libertad de expresión y la tolerancia. Desgraciadamente, y debido a la inevitable comparación con Draper, su dialéctica suena vacua.
No fue el único momento Mad Men de la película. Uno de los versos de Howl hace una específica referencia a Maddison Avenue y a sus “hadas de la publicidad”; una de las animaciones de Eric Drooker muestra a un hombre saltando de un edificio, imagen melliza a los títulos de entrada de la serie; y así hasta verle las costuras a la película.
No, no pude evitar pensar en Mad Men. En el episodio 1 de la segunda serie, Don Drapper descubre al poeta Frank O’Hara y su libro Meditations in an Emergency (Meditaciones para una emergencia), publicado el mismo año que Howl, donde se lee: “Ahora, aguardo tranquilamente a que la catástrofe de mi personalidad vuelva otra vez a ser hermosa, y sugestiva, y moderna”. El poema se llama Mayakovsky y es bastante más comedido que Howl. Está escrito con muchas menos palabras, pero resulta más inabarcable. Es decir, no cabría en una película.