A pesar de ser una de las películas más despiadadas, inquietantes e incómodas que había visto en los últimos meses, el post sobre We need to talk about Kevin se me atragantó por cuestiones que no vienen al caso y quedó abandonado en el archivo de borradores durante un buen tiempo. Recupero ahora mis apuntes de entonces porque, en lo que va de año, aún no he visto una película que me haya producido tanto desasosiego como ésta, y el hecho de que aún la recuerde no sólo es un indicio de su calidad artística o del impacto que produjera en mí, sino que apunta a algo mucho más idiosincrático: debo de escribir sobre ella para empezar a olvidarla.
We need to talk about Kevin nos acerca a una figura que, desgraciadamente, es de rabiosa actualidad: la del psicópata. Sin entrar en maniqueísmos ni en carnicerías frikis, WnttaK abre el campo de visión y disecciona con un escalpelo impasible la realidad que rodea al personaje. No tanto para hacer hincapié en el lado más humano del psicópata, sino para apuntar mejor en otra dirección, a otro personaje, uno que suele despertar poco interés tanto en la realidad como en la ficción (con la salvedad, acaso, de la obra de Mary Shelley y Almodóvar): la madre del monstruo. Teniendo en cuenta las excepciones nombradas, uno podría decir que los conflictos propuestos en WnttaK se encuentran a medio camino entre el peso de la culpabilidad de Victor Frankenstein y los problemas domésticos de la madre del asesino de Cuatro Caminos.
Basada en el libro homónimo de la autora Lionel Shriver, WnttaK explora la faceta más oculta de la maternidad, dándonos mil razones para no concebir, echando por tierra esa imagen idealizada de la familia feliz que la prensa rosa, por ejemplo, ha propagado entre el público desde siempre. Ser madre es un auténtico coñazo. Te aísla, te extenúa, te anula como persona. Especialmente si eres la madre de un psicópata. Especialmente si el psicópata en cuestión es el Kevin del título, una mezcla de los "angelitos" que aparecían en ¿Quién puede matar a un niño?, de Ibáñez Serrador, y el Damien de La Profecía, de Donen. Pero, a diferencia que en La Profecía, el mundo retratado en WnttaK no es el del Apocalipsis, sino más bien el del Libro de Job. En este caso el santo Job es la, no tan santa pero sí sufridísima, Eva Khatchadourian (Tilda Swinton), madre de Kevin, que vive su infierno particular tras la masacre que su hijo cometiera en el Instituto local, y en la cual murieron varios jóvenes. Eva, repudiada por la sociedad, carcomida por un sentimiento de vacío existencial, se dedica a recapitular su vida como madre, pormenorizando las miserias, el desafecto, los interminables conflictos con Kevin (Ezra Miller). Por supuesto, la Swinton es perfecta para el papel. No sólo porque es una actriz capaz de interpretar mujeres al límite sin perder la compostura, sino porque además sabe sacarle partido a su pelo. De hecho, fue lo primero que me llamó la atención. Ahí estaba, frente a mí, en esa escena casi onírica de la tomatina de Bruñol, y su pelo era una melena larguísima que Tilda se había recogido en sendas trenzas. Sólo unos segundos antes, había lucido una melena más corta, más burguesa y femenina, parecida a la que ya mostrara en I am love, aunque con un tinte castaño y con las puntas hacia fuera. El trabajo de un actor, pienso, se resume en su pelo. El rol que interpretan comienza en los folículos, la psicología del personaje es una peluca de quita y pon. Y en WnttaK la Swinton nos ofrece un repertorio de sus habilidades piloso-interpretativas. Desde la melena juvenil que luciera con Derek Jarman, hasta el corte por encima de la nuca, tan agresivo, de Burnt after reading, pasando por un estilo más Michael Clayton. Distintos pelos para distintas épocas de la vida de Eva: antes de Kevin; durante su vida con Kevin; cuando Kevin ya no está en casa y, para verlo, Eva tiene que solicitar una visita a la prisión.
Perfecta, sí, la Swinton, porque además es ella la que ayuda a soportar ese equilibrio sobre el que se mantiene WnttaK, que se balancea entre el psicodrama y el cine de arte y ensayo. Difícil la apuesta de Lynne Ramsay, la directora. Difícil y valiente, dada la temática, pero los resultados que ofrecen son demoledores, de una efectividad visual apabullante. Ramsay nos muestra una realidad que aparece deformada por los miedos, las fobias, la repulsión. Al narrarnos la historia desde el punto de vista de Eva, es inevitable que aquella se encuentre condicionada por la psicología de la protagonista. Inolvidable, por ejemplo, la escena primera de la tomatina, en la que un plano cenital nos muestra un montón de corpúsculos moviéndose, que bien pueden ser hematíes en un frotis o garrapatas en una oreja de perro y que, al final, resulta ser una muchedumbre pegajosa, sudorosa, belicosa, sobre la que Eva se erige con los brazos en cruz, como una mártir o una Virgen Dolorosa, como una mater amatisima. La ironía no se le escapa a Ramsay, que juega además con los colores de manera diabólica. Al rojo de la sangre y de la vergüenza que impregna toda la película, hay que añadir el frecuente color blanco de la indumentaria de Kevin. Ja, ja, ja, de blanco, ¡un puto asesino! Ese estilo de Ramsay, a ratos hiperrealista y a ratos expresionista, es, sobre todo, infalible en su cometido: retratar un universo donde la memoria, las emociones y las relaciones con el prójimo se hallan recubiertas por una indeleble pátina de asco. Y es que hay cosas que pueden hacer vomitar más que el estar embarazada. Escalofriante.