jueves, 25 de abril de 2013

Dans la Maison

François Ozon lleva ya un tiempo construyendo una filmografía que parece ser una crónica de las apariencias. No sólo de las apariencias creadas para comulgar con las convenciones sociales o con la dinámica de las relaciones de género, sino sobre todo, y particularmente, las apariencias que son tan necesarias para la construcción de las obras de ficción, y que, invariablemente, forman parte de su acabado último. Y recién escribiendo esto me estoy dando cuenta de que quizás, para Ozon, tanto las convenciones sociales como las maquinaciones de la ficción sean una y la misma cosa, una misma máscara con la que encubrir la realidad.  No sé lo que pensarán ustedes pero a mí, que un señor haga películas que traten sobre las apariencias, me resulta tan frascinante, o tan hipnótico, como un indio que hace señales de humo para comunicar que le han metido fuego al tipi. No sé si me explico.
 
Quizás por todo esto no debe de resultar extraño que Ozon base muchas de sus películas en obras teatrales, no hay nada como un texto dramático como para mostrar al desnudo este tipo de cosas, lo vacuo del alma humana, lo ridículo de las convenciones sociales, la omniscencia de la ficción. Aunque no siempre acierte.

Después de ver Potiche, película que me pareció muy poco lograda (y un pelín zafia, la verdad), tuve pesadillas en las que salía Ozon decidiéndose a adaptar para la gran pantalla Vaya par de gemelas, con Audrey Tautou de protagonista doble. La cosa no ha llegado a tal extremo y, aunque sí es cierto que Ozon se ha ayudado de la imaginación patria para hacer su nueva película, ésta no ha sido basada en una revista de Manuel Baz, sino en una obra de Juan Mayorga, dranaturgo de postín y de juegos metaliterarios. Habeas corpus: Dans la Maison nos habla de la relación que se establece entre un profesor de literatura desencantado (Fabrice Luchini) y un alumno (Ernst Umhauer) dotado de cierta habilidad para escribir bien.  Con los tiempos tan embrutecidos que corren, el hecho de que uno de sus alumnos no sólo sepa hacer la o sin un canuto (y sin un menú de emoticonos), sino que además muestre una despierta curiosidad por su prójimo, una curiosidad de entomólogo, se entiende, llena de esperanzas a este profesor. Es así como decide ayudarle y animarle en sus redacciones escolares, las cuales van más allá de la mera descripción de un día monótono en la vida de un adolescente, y se centra en una temática más hardcore: las impresiones de un adolescente al infiltrarse en la vida familiar de un compañero de clase. A veces las observaciones están cargadas de feromonas adolescentes: " Entonces lo noté, el inconfundible olor a mujer de clase media". Otras veces, las redacciones parecen informes de la Stasi: "El padre está obsesionado con China, la madre tiene copias de Klimt en la pared, y seguro que ni conoce a este artista". Cosas así. El profesor, dejando de lado las aprensiones iniciales a husmear en la vida de los demás, acaba leyéndoselo todo, enganchando cada vez más a las narraciones de su alumno. Si éste aporta la información, las vivencias, las emociones, en definitiva, la mirada,  es el profesor el que ayudará a pulir su técnica, es decir, su voz. Son estos seminarios literarios y privados entre el profesor y el alumno los que irán desarrollando la trama, modificándola según convenga para darle mayor fuerza dramática, o más verosimilitud narrativa, o más libertad a las intenciones secretas del alumno. 
 
 
 
Con este argumento, Ozon desarrolla una película que parece una continuación de Swimming pool, un juego metaliterario donde el protagonista -y el espectador con él- acaba intercalando, confundiendo, sustituyendo, la realidad con la ficción, hasta tal punto que la fina línea que separa a ambas llega a desaparecer. En este sentido, resulta fácil establecer un paralelismo entre el personaje de Charlotte Rampling en aquella y el de Luchini (el personaje maduro, vampirizado por la literatura, hasta tal punto que esta obsesión por ficción hace saltar por los aires su vida convencional), así como entre el personaje de Ludivine Sagnier y el de Umhauer. Como en Swimming Pool, Dans la Maison  A Ozon se le ve manteniendo varios platos bailando en el aire al mismo tiempo (thriller académico, comedia francesa, drama de iniciación) y, hasta cierto punto, se le nota la habilidad y la gracia. Por supuesto, esta pirotecnia no habría sido posible sin el hábil trabajo de los actores, tanto Luchini, tan teatral, es decir, tan intenso, como el de joven Umhauer, cargado de dobleces. También, por supuesto, el papel secundario de Kirsten Scott Thomas, la cual sabe sacar partido a su innegable vena cómica.
 
 
Dicho esto, la resolución de la película, que tan bien ha sabido mantener el ritmo del thriller y la comedia que lleva dentro, se estanca al querer ofrecer un final tipo "más difícil todavía". Ese carpetazo en la que el cazador es cazado resulta poco creíble y un pelín forzado. La escena final en la que el alumno y el profesor se reencuentran y ambos son testigos de la intimidad de un bloque de vecinos está construida con un poso de sensiblería que no hace para nada justicia a los homenajes posibles de ese espectáculo voyeurístico: un mapa de emociones que oscila entre La ventana indiscreta y Aquí no hay quién viva.   


viernes, 12 de abril de 2013

Five Broken Cameras

Fijémosnos por unos momentos en la fuerza dramática oculta en el título de este documental: Five broken cameras que, en español castizo, como ya sabrán, sería algo así como Cinco putas cámaras rotas. Clarifiquemos, antes que nada, que estamos hablando de cámaras de video. Fijémosnos en el número: cinco no es ningún moco de pavo. Muy torpe tiene que ser un operador para que se le rompan cinco cámaras pero es que, al protagonista de este film no se le rompen, sino que se las rompen. Emad Burnat, uno de los directores y el principal protagonista de este sobrecogedor documental, nos invita, con la crudeza y la honestidad que aporta el metraje de video, a darnos un garbeo por su vida, por su realidad. Una realidad que, como ya habrán imaginado, no se limita a destruir cámaras de video.

Emad vive con su familia en Bill'in, un poblado campesino en la franja de Cisjordania. Lo primero que conocemos de él es su voz, una voz en off que escucharemos durante todo el metraje, una voz cálida y suave. El tono de su voz, sin embargo, ya desde los primeros minutos del documental, es de absoluta desolación. "Filmo para aferrarme a mi vida", nos dice Emad, y nosotros le creemos. En la primera escena que vemos con él, nos lo encuentra mos sentado frente a una mesa, sobre la cual se hayan, como cinco carroñas electrónicas, las cámaras del título. La premisa no puede ser más simple. Lo que veremos a continuación será el material rodado (no todo, supongo) con esas cámaras. El tiempo que abarca este material es del 2005 al 2010. Unos 5 años. En ese lapso de tiempo, Emad ha puesto su vida en riesgo por lo menos unas 5 veces, como se puede comprobar en la película. Resulta elocuente comprobar como la violencia que se observa en la pantalla, llegado un momento, trasciende a ésta. Hay un momento en que vemos una granada volar, la imagen es sacudida por un movimiento violento,  hay un ruido, una explosión y la pantalla se llena de "nieve". Así hasta 5 veces.

 
 Pero el principal acierto de Five Broken Cameras no radica, a mi parecer, en ese metraje inmediato, sucio y testimonial de telediario de sobremesa, que constituye la mitad de la película. Este metraje tiene, por supuesto, un valor periodístico, y suponemos que judicial, impagable. Pero lo que le da profundidad a la historia, lo que nos la acerca y nos la justifica y nos la vende es la confesión inicial de Emad acerca de la razón por la que se compró la primera cámara: para rodar el nacimiento y crecimiento de Gabreel, su cuarto hijo. Sentimentalismos aparte (aunque Five Broken Cameras es tan cruda que no tiene ninguna manipulación), la ternura que desprenden las imágenes que Emad rueda de su hijo -y de su familia- (las cuales se intercalan con las escenas de manifestaciones y abuso y violencia y duelo), sirve para poner de relieve el sentido último de su lucha, la razón instintiva, casi paternal, de su imparable rodaje. Y es que hay lugares en los que ya naces siendo un animal político, lugares en los que desde pequeño te enseñan a posicionarte por una causa, a denunciar una injusticia, a luchar por tu futuro y por el futuro de los tuyos. Hay lugares en los que uno se tiene que partir la cara hasta 5 veces para lograr que esa misma cara vuelva a sonreir.
 
En Five Broken Cameras la lucha del pueblo de Bill'in comienza cuando un nuevo asentamiento de colonos israelíes construyen sus viviendas a unos poco kilómetros de distancia. Para evitar cualquier tipo de incidentes, el gobierno de Israel, por medio de su ejército, levanta una valla inmensa, expropiando de paso terrenos cultivados de los habitantes de Bill'in. Al mismo tiempo que el pueblo se manifiesta semanalmente y sufre la violenta represión del ejército, uno ve crecer al joven Gabreel, y se conmueve al contemplar ese presente suyo de bombas lacrimógenas y vallas, al presentirle ese futuro de destierro y orfandad o, lo que podría ser peor, al presentirle ningún futuro en absoluto, arrebatado éste por una muerte violenta.
 
Mientras en los Estados Unidos el ciudadano medio utiliza las cámaras para grabar a los amigos rompiéndose la crisma por hacer el chorras en una bicicleta o a niñas repelentes participando en concursos de belleza, en otros lugares del mundo, las cámaras ruedan una realidad que no es oligofrénica ni aburrida ni suburbana. Las cámaras de Emad, por ejemplo, grabaron a amigos muriéndose de verdad, grabaron a niños descubriendo la nieve, grabaron el día a día de un pueblo, ajetreado entre los soldados y los olivos. Descansen en paz.




viernes, 5 de abril de 2013

A Liar's Autobiography

Un biopic es el certificado cinematográfico que da esplendor a las vidas de los personajes célebres. Que hagan un biopic sobre tu vida es más sofisticado que ponerle tu nombre a una calle -la cual suele estar llena de baches y meadas-, más cool que encargar a un negro literario a que escriba tu biografía y,  por regla general, te ve más gente que si pusieran tu estatua en una plaza. La resurrección milagrosa de Jesucristo al tercer día de su muerte fue moco de pavo si se la compara con la resurrección de rompe y rasga que le brindó Nicholas Ray casi 2.000 años más tarde con Rey de Reyes. A la hora de hacer un biopic, facilita las cosas que el personaje retratado esté muerto, y que su biografía contenga algunos o todos los elementos que se esperan de este tipo de películas, a saber: una infancia feliz o pobre, una adolescencia insulsa o traumática, el destello de un genio, la carrera apoteósica, el éxito, los excesos, y una muerte inesperada o trágica. Vistas al trasluz y en una sala oscura, todas las vidas son la misma vida, y un biopic, de todas las cosas que puedan inspirar este género cinematográfico, se nos antoja como un ejercicio manriqueño.

Digamos que, en general, y salvo contadísimas excepciones, los biopics acaban siendo películas convencionales basadas en vidas que, a priori, son poco convencionales. No es entonces de extrañar que se utilizara la figura de Graham Chapman, miembro del grupo de humor más irrreverente de la historia, los Monty Python, para hacer un biopic. Porque llevó una vida poco convencional -aunque bastante convencional si la comparamos a las ideas preconcebidas que tenemos de la vida de los artistas-. Pero sobre todo, porque Graham Chapman murió joven. Es decir, que fue sobrevivido por sus 5 compañeros, por los 5 restantes miembros de un grupo que basó gran parte de su humor en mofarse de lo absurdo que es la existencia y de la solemnidad con que los humanos nos referimos al más allá. No hay gag célebre de los Monthy Python en que no aparezca una figura de poder ridiculizada, un cadáver o un malentendido. En sus mejores momentos, aparecían estos tres elementos -dos, si se considera a la muerte como un malentendido- simultáneamente, como en el ya mítico gag del loro. Y qué mejor manera de seguir riéndose del sinsentido de la vida, que intentando hacer un biopic poco convencional sobre el amigo muerto. Graham Chapman es un cadáver demasiado exquisito como para que sus compañeros se contuvieran el bocado. 

La originalidad de A Liar's Autobiography estriba en el tratamiento de sus numerosísimos episodios, cada uno de ellos llevado a cabo por una compañía de animación diferente. Así, los estilos y las técnicas se mezclan, dando como resultado un cocktail multicolor que nos recuerdan un poco a aquella rotoscópica Waking life de Richard Linklater. Es como pasar una tarde mezclando los dibujitos de Hannah-Barbera con las setas alucinógenas.  

 
 



Pero en este biopic, como en cualquier otro, quizás importe menos la variedad de la forma que la unidad del contenido. Narrada en primera persona por el propio Chapman -quien es resucitado para la ocasión gracias al milagro de los audio books-,  A Liar's Autobiography nos muestra el conjunto de anécdotas, ocurrencias, copulaciones y mentirijillas que aderezaron la vida de nuestro protagonista, y que acaban formando un retrato póstumo, una máscara mortuoria. Como se puede ver por estos fotogramas, Graham Chapman fue un fumador de pipa. Fue también un lector voraz, un estudiante de medicina, un bujarrón,  un crápula y, mira tú por donde, el más inmortal de los crucificados de la historia del cine. Fue, sobre todo, un señor que sabía hacer reír.

En A Liar's Autobiography hay, por el final, una narrativa del exceso que resulta un poco cansina. Graham Chapman bebió mucho, folló mucho, y todas esas cosas que rellenan tanto los biopics y que no viene a decirnos mucho, la verdad, de una vida. Hay más elocuencia, más humor, en la muerte. Y si no que se lo digan a los Monthy Phyton.