martes, 19 de marzo de 2013

Sightseers

Como viene siendo ya tradición, Mark Kermode, uno de los críticos cinematográficos más populares del Reino Unido, volvió a entregar este año sus Kermode awards, una reivindicación de todas aquellas películas que fueron ignoradas por la Academia de Hollywood en sus nominaciones. El cine no se acaba en los Oscars, claro está, y Kermode, con sus Kermodes, sólo pretende compartir con todos nosotros sus preferencias, las cuales, sin dejar de ser mainstream, destacan por ser elegidas con sensibilidad, criterio, y un gran respeto por el cine. Entre sus galardones, hubo uno que celebré especialmente, el de mejor guión. Este premio fue a parar a Sightseers, la que para mí fue la mejor comedia romántica del año pasado, si por comedia romántica entendemos que se trata de una película en la que hay sexo y gente enfermiza, y en la que la pareja en cuestión no se limita a cometer actos viscerales, sino que también acompañan estos actos -o arrebatos- viscerales de vísceras propiamente dichas. 
 
El argumento de Sightseers es simple, efectivo, y deliciosamente delirante. Chris (Steve Oram) y Tina (Alice Lowe), una pareja de enamorados, se van de vacaciones en una caravana con destino a Yorkshire, con la intención de irse conociendo mejor mientras hacen turismo rural. Es así como comienza esta odisea para neuróticos. Chris es un aspirante a escritor con muchas frustraciones acomuladas y un pronto difícil de controlar; Tina vive con su madre, de la que dice considerarse "su amiga" (aunque según su madre "no somos amigas, somos familia"). Con este bagaje, lo que en un principio parece ser una pequeña e idílica aventura muy pronto degenera para convertirse en una carnicería desproporcionada. Y es que el amor nos desinhibe, y no veas de qué manera. Los crepúsculos son más bonitos cuando están teñidos de sangre. El sexo es más placentero después de la cacería humana. El mundo es un lugar más perfecto cuando existen menos gilipollas habitándolo. Etcétera. El acierto de los guionistas de Sightseers -que, por cierto, son también sus actores principales- radica no sólo en el retrato  que hacen de sus protagonistas y que, en cierto sentido, adolece de cierto viso "generacional" (treintañeros desubicados, acostumbrados a llevar siempre la razón, idealistas, gruñones, rebeldes, envidiosos), sino en el uso que hacen del amor como catalizador de los más bajos instintos. En este sentido, uno debe de buscar los referentes de Sightseers al otro lado del Atlántico, en las screwball comedies de la época dorada de Hollywood, en las que, con tanta frecuencia, el amor aparecía asociado a la locura, la marginalidad y el asesinato. Al ser británica, claro, es de esperar que Sightseers sea menos glamurosa y carezca de cierta joie de vivre que sus antecedentes americanas. También es de esperar que su protagonistas coman peor. Quizás por estos motivos un servidor se riera con más ganas.
 
 

Por uno de esos casamientos  acertadísimos del mundo del cine, el guión de Oram y Lowe ha sido dirigido por Ben Wheatley, director de culto al que le gusta romper cabeza en sus set de rodajes y que tiene cierta debilidad por el cine y la tele británicos de los años 70 y 80. En Sightseers se puede apreciar, por ejemplo, la influencia de Mike Leigh en la composición de los protagonistas (no pude evitar pensar en la pareja protagonista de High Hopes y, cómo no, la de Nuts in May) y en el aspecto natural, casi improvisado, de las interpretaciones. También es posible ver la influencia de Nicholas Roeg en el retrato macabro y alucinógeno que Wheatley hace de la naturaleza. Yorkshire, con sus nieblas místicas y sus paisajes dramáticos y sus equinoccios, parece ser el lugar ideal para los sacrificios humanos. Este cocktail de underground y amateurismo le dan una frescura acertadísima a esta comedia que, no lo olvidemos, ha sido escrita por sus actores.
 
A medida que la película vaya avanzando, con la pantalla poblándose de cadáveres, y el paisaje cada vez más agreste, será inevitable hacerse la pregunta de qué va a pasar al final con estos Bonnie and Clyde de las Midlands. Y ese final, imprevisible, súbito, perfecto, es uno de los mejores finales que he visto en mucho tiempo. Mejor no desvelar nada. Decir tan sólo que hay un precipicio. Y que, después de tantas carcajadas, el cine enmudeció. Quizás alguno de nosotros escuchó, o creyó estar escuchando, los acordes de Love will tear us apart al mirar el fondo del abismo. Pero tampoco hay que ponerse melodramáticos, que estamos acabando. Digamos que la versión que creímos escuchar fue la de Nouvelle Vague y no la original de Joy Division. ¿La oímos realmente? No lo sé. Da lo mismo. Alegría.    
 
 

domingo, 17 de marzo de 2013

The King of Pigs

De todos los infiernos imaginables, el más predecible quizás sea el de la adolescencia, ya que todos hemos pasado una temporada en él. Pomadas para el acné, amores no correspondidos, el primer gran abismo abierto entre la realidad y el deseo, las primeras vomitonas. Cinematográficamente, las archiconocidas letanías de la adolescencia occidental se convierten en moco de pavo cuando las enfrentamos a las tribulaciones del adolescente oriental. Y es que la vida es mucho más radical y violenta, más visceral y desoladora cuando se ve desde la óptica de unos ojos rasgados por la genética, y no por la narcolepsia. Uno ve a los jóvenes retratados en películas como All about Lily Chou Chou, 15 Beijing Bicycles y piensa: "Joder, crecer en el lejano Oriente tiene que DOLER de verdad". Se podría pensar que The King of Pigs, al utilizar el formato de animación para narrarnos una historia de acoso escolar, suaviza un poco la temática. Pero el truco no cuela.
 
 


The King of Pigs nos cuenta la historia de dos amigos, Kyung-min y Jong-suk, que se reencuentran en su vida adulta para rememorar los años de colegio, cuando eran humillados y golpeados de lo lindo por sus compañeros. La película cuenta cómo el acoso escolar estaba basado en la diferencia de clase de los alumnos, siendo los "perros" -de clase social más elevada- los que hacían la vida imposible a los "cerdos" -de estatus más humilde-. Pero en The King of Pigs la crítica social brilla por su ausencia, salvo alguna pincelada de alegato antimaterialista. La vida de nuestros protagonistas es de pena, y la única esperanza parece residir en Chul, un misterioso compañero, que utiliza las mismas armas que sus agresores para mantenerlos a raya: violencia, mala hostia, y el desprecio más absoluto por el prójimo. Kyung-min y   Jong-suk se verán atraídos por el aura rebelde de Chul, por lo que parece ser la única esperanza para salir del infierno. Y Chul está más que dispuesto a ayudar a los dos amigos, transmitiéndoles la única lección que la vida le ha enseñado: es mejor no estar insensibilizado contra todo.
 
 
 
Yeun Sang-ho, el director de esta película, no concede respiro alguno a sus protagonistas. Cuando no están siendo machacados físicamente o psicológicamente, el director acentúa algún rasgo miserable de sus caracteres: si Kyung-min aparece retratado como un pusilánime, Jong-suk se nos muestra a veces como un fatuo. El hecho de que los portagonistas, instalados ya en la vida adulta, sean los que narren la historia sólo sirve para recalcar lo poco que ambos han cambiado en todos esos años. Esto sólo sirve para intensificar esa atmósfera claustrofóbica, de cárcel o pesadilla, que flota durante toda la película. Ver tanta brutalidad, tanta tristeza, sin lograr llegar a conclusión alguna es como ver funcionar una máquina de centrifugado. Es por eso que la última revelación que aparece en The King og Pigs, tan brutal, tan triste, nos deja un poco impávidos. Tantas vueltas y, al final, la ropa sigue sucia.
 
Nunca antes una película con tantos colorines me ha dejado el alma tan gris.