domingo, 30 de enero de 2011

Black swan

En El inquilino, un travestido Roman Polanski se lanza al vacío desde el balcón de su piso parisién y, tras estrellarse contra el suelo, se arrastra maltrecho hasta el piso, desde donde repite su propia defenestración.
En Carretera perdida un saxofonista interpretado por Bill Pulman va a la cárcel por el supuesto asesinato de su esposa Patricia Arquette y sale de ella convertido en un mecánico interpretado por Balthazar Getty. Este mecánico acaba liándose con la mujer de un gánster interpretada por Patricia Arquette con un diferente tinte de pelo.
Dicho estos dos ejemplos, no es baladí pensar en el thriller psicológico como uno de los géneros cinematográficos más susceptibles de crear obras ridículas. Por supuesto habrá quien piense que el género musical es el que se lleva la palma en estos menesteres, pero no olvidemos que este género tiene como premisa avalar la felicidad, que es el sentimiento humano más ridículo por excelencia. El thriller, sin embargo, se encarga de poner las cosas en su lugar. Su misión consiste en mostrarnos lo ruin, lo vanidoso, lo cruel, lo codicioso, lo obsesionado, lo majareta que podemos llegar a ser o estar los seres humanos. Y para lograrlo dispone del más efectivo arsenal dramático imaginable. Si ya Aristóteles promulgó que un personaje es definido por sus acciones, en los thrillers estas acciones tienen el impacto del súbito claqué de una ametralladora: asesinatos, mentiras, torturas, robos, fratricidios, adulterios, incestos, traiciones, suicidios, todos los elementos que ponen al espectador al borde de la butaca, al borde de un abismo, entretenidísimo.
Algunos thrillers psicológicos sin embargo prefieren definir a un personaje por sus obsesiones. O sea, que lo importante no es ver qué es lo que el personaje hace sino ver lo que piensa o sueña o imagina. Que Aristóteles nos coja confesados.



Black Swan tenía varias razones para gustarme. Está protagonizado por Natalie Portman. Está protagonizado por Vincent Cassel. Está dirigido por Darren Aronofski. Como guinda, Winona Ryder tiene un papel secundario en el que interpreta a una primera bailarina ya destronada.

Vayamos por partes. Primero lo que me gustó. Natalie Portman hace una interpretación magistral. No sólo nos convence de sus dotes danzarinas. También nos convence de que está para que la encierren. Esto es mérito suyo y mérito de Aronofski, que hace películas para lucimiento de sus actores, aunque casi siempre acabe matándolos. En esta cinta Natalie Portman pierde 10 kilos y juega a las duplicidades: es etérea y carnal, violenta y dulce,  disciplinada y autodestructiva. No en vano interpreta a Nina, una bailarina que ha sido elegida por el director de su compañía para interpretar el rol principal en una nueva versión de El lago de los cisnes. Esta responsabilidad, unida al férreo entrenamiento al que es sometida, a una relación materno-filial que se nos muestra dependiente y algo tiránica, y a las típicas rencillas y rivalidades que surgen siempre entre bambalinas, conducen a Nina a un progresivo aniquilamiento mental.
La dirección de Aronofski está plagada de aciertos visuales, como la escena inicial del sueño en que Nina, embutida en un tutú blanco, se aleja de nosotros como si fuera una medusa flotando en la inmensidad negra del escenario; o, también, todas las escenas de baile en las que la cámara se comporta como un bailarín mas que formara parte del elenco; o toda la puesta en escena plagada de espejos, para resaltar el trasfondo de Doppelgänger que late en esta historia.
Pero… (ay de esos peros del amante displicente). Vincent Cassel hace un buen papel. El carácter de Thomas Leroy  es divertido y algo caprichoso. Sin embargo el exceso de testosterona del actor, añadido a ese discurso que su personaje hace sobre el sexo como instrumento de aprendizaje del artista, convierten el resultado en poco más que en un mal chiste. Básicamente, su trabajo consiste en magrear a Natalie Portman mientras la intenta convencer de que el secreto de ejecutar un sautés  arabesque sur les pointes lleno de pasión se encuentra en lo húmedo que la bailarina tenga la entrepierna.
Ya he dicho que la historia es la historia de un Doppelgänger. Es también la historia de una metamorfosis. En este caso el otro yo existe, lo que pasa es que existe dentro de la protagonista y pugna por salir. El otro yo es un cisne negro. O quizás no, quizás el doble es la misma Nina, una Nina adulta, libre ya del corsé materno. Pero puede que también que el Doppelgänger sea Lily, la bailarina rival (interpretada por Mila Kunis) que posee la pasión y la sensualidad de la que Nina carece para hacer el  papel de Odile en El lago de los cisnes.
Aronofski no nos aclara nada y decide culminar su obra con un clímax gore e hipnótico, en el que la esquizofrenia de la protagonista no sólo fagocita su propia realidad, sino que acaba fagocitando toda la atmósfera de la película. ¡Ojo! Si no entrenas tus expectativas para que sean tan flexibles como el empeine de Natalie Portman, puedes acabar con un esguince.