martes, 14 de mayo de 2013

No comienza con una escena de gente feliz en calentadores y de mimos que saludan a cámara. Se trata de un anuncio para un refresco de cola y las imágenes -desenfadas, sobreexpuestas, horterísimas- sueltan un tufo a años ochenta que echa para atrás. Para aquellos que vivimos esta época, las primeras imágenes de la última película de Pablo Larraín pueden despertar un arrebato de nostalgia. Para aquellos que no la vivieron puedo imaginar una sensación más bien de grima. Para unos y otros, No nos sitúa una vez más en el particular universo de este director chileno, donde lo inquietantemente perturbador suele ir de la mano de lo absurdamente cómico.

Larraín, en tres películas no cronológicas que funcionan como una especie de sinfonía in crescendo, nos ha ido entregando la radiografía de un país y una época escalofriantes: el Chile de la dictadura de Pinochet. Si Manero nos situaba directamente en el corazón de la pesadilla y Post Mortem estaba ambientada en los días turbulentos del golpe de estado, No nos habla de las postrimerías de la dictadura, cuando un pebliscito popular acaba con  los años de horror y oprobio del gobierno de Pinochet. Por esta simple razón histórica, No se podría considerar como la película más optimista de una filmografía que, tanto por la temática que trata como por la óptica del director, es de una negrura asfixiante. Pero es que además No está imbuido de un espíritu vitalista e intoxicante, que se corresponde al de la campaña de publicidad que ayudó a derrocar el pinochetismo. Fíjense en el detalle maquiavélico: votar Sí era votar por Pinochet, validando así un pasado lleno de muertos; votar No era votar por un país libre, un país que miraba hacia adelante con cierto desenfado rejuvenecedor. Más o menos como en aquel referendum español para entrar en la OTAN. ¿Recuerdan el eslogan bueno? "vOTANo". Conciso, ingenioso, pero un pelín mandón. Y así nos lució el pelo. Nada que ver con la campaña del No chilena, llena de exuberancia, ingenuidad y poesía. Calibren este kalashnikov cargado de futuro: "Chile, la alegría ya llega". Ahí es ná.


Se quiere decir con todo esto que el héroe, el gran protagonista  de No es el pueblo chileno, el cual ostenta el espíritu ingenuo y medroso de un niño, la rebeldía de un adolescente, y la fuerza de un adulto al que le ha llegado la hora de decir basta. Como contrapartida a este héroe tenemos a dos personajes. Por un lado está Pinochet, monstruo ejemplar del siglo XX. Ahí está sino el bigote, los ojos como bolitas de naftalina, el uniforme.  A Pinochet lo vemos tan sólo en la propaganda televisiva del Sí, pero su sombra es alargada y se cuela por todos los resquicios de la película, de la misma manera que se colaba por los resquicios de las películas anteriores de Larraín. Es un horror cotidiano que no se llega a ver pero que se presiente, en las llamadas telefónicas a medianoche, en los coches aparcados en las calles, en las miradas de desconfianza. Dice un ministro de Pinochet en la película sobre la posibilidad de usar la fuerza intimidatoria del ejército para frenar la campaña del No: "Cuidado con lo que dice Guzmán. Si yo abro esa puerta vosotros tienen que cerrar los ojos."  Es hazaña del guión que una sola frase, soltada en una reunión, pueda llegar a poner los pelos de punta.

El otro personaje es René Saavedra (Gael García Bernal) uno de los publicistas encargados de crear la campaña del No. René es el protagonista principal de la película y, aunque parezca ser un hombre de éxito, en el fondo reúne las características de los personajes larrainianos: el desarraigo emocional, el infantilismo, la monomanía.  René es un chileno que ha vivido casi toda su vida en el extranjero y que, quizás por eso, es incapaz de identificarse con los miedos y las euforias de sus paisanos. Gael compone un personaje huraño y atónito, que contempla el devenir de Chile desde una posición privilegiada pero, aún así, lo ve todo desde fuera.   


La mirada de Larraín, sin embargo, parece impregnada de una nostalgia efectivísima. Rodada en U-matic, No tiene color de telenovela de los años 80, con esas incandescencias en rojo y verde que dañan la retina y el buen gusto. Con eso, las imágenes de la película tienen la misma textura que la de los anuncios -tan reales, tan vivos aún hoy- que se retransmitieron en la franja del No, y que se pueden disfrutar, inalterados, en la película. Y sí, es posible que una realidad visualmente tan cutre pueda estar tan llena de esperanza y vitalidad.

A modo de anécdota señalar que hubo actores americanos (Christopher Reeves, Richard Drayfuss) que prestaron su imagen para la campaña del No.  Pero a diferencia que en Argo, el protagonismo que se le da a Hollywood en esta victoria histórica es nimio. Quizás por eso no le dieron el Oscar a No.