domingo, 6 de marzo de 2011

Biutiful

Babel fue la última colaboración entre el director de cine Alejandro González Iñárritu y el guionista Guillermo Arriaga. Se trataba de una incursión más de ambos creadores en las conocidas obsesiones del azar, la violencia y la predestinación, ya exploradas con anterioridad en Amores Perros y 21 gramos. Esta vez, tras la excusa de un discurso sobre la globalización, se escondía una especie de carambola del destino, un terrible ejemplo del efecto mariposa en un mundo gobernado por las desigualdades sociales y por la imposibilidad de comunicación. Como si se tratara de un corolario de esta trilogía, la relación entre director y guionista se deterioró  hasta el punto de que ambos decidieron tomar caminos separados.

Así que poco después llegó The Burning Plain, el estreno de Arriaga en la dirección de largometrajes, y pudimos comprobar que la película respiraba, y que estaba llena de magia. En ella encontrábamos la pluralidad de historias marca de la casa: la historia de un amor adúltero que era salvajemente castigado, la historia de iniciación a la vida de unos jóvenes adolescentes, la historia de una mujer perseguida por su pasado. Empezando con el guiño a Juan Rulfo en el título, y continuando con la fascinación por el físico femenino y los diálogos escritos para ser pronunciados por la sangre, estaba claro que Arriaga era el que provenía de una tradición eminentemente latinoamericana. Ahí estaban los elementos que no habían lucido con tanta efectividad desde los tiempos de Amores Perros: la visceralidad, el desarraigo, y la capacidad del personaje para reinventarse. Ahí estaban las imágenes inolvidables, de lejana inspiración surrealista: el esqueleto de una caravana en llamas en medio del desierto, el cuerpo desnudo de Charlize Theron junto a una ventana con el tráfico de una ciudad anónima al fondo, un avión precipitándose al vacío. Ahí estaba la historia de culpa y redención, con sus idas y venidas en el tiempo y en el espacio, con la predisposición de todos sus personajes a dejarse la vida en un simple momento de ternura.


El cine de Alejandro González Iñárritu, aunque comparte ciertas similitudes con el de Arriaga, parece ir por derroteros completamente distintos. Recapitulemos las historias de Babel: dos hermanos marroquíes que, jugando con un rifle, hieren de muerte a una turista norteamericana; el marido de esta turista, luchando en medio de ningún sitio por salvar la vida de su mujer; una niñera mexicana, encargada de cuidar a los hijos del matrimonio norteamericano, que decide cruzar la frontera más infame del mundo para asistir a la boda de su hijo; una japonesa sordomuda, perdida en la incomprensibilidad de Tokio y de la adolescencia. González Iñárritu continúa con ese discurso multicultural en Biutiful, su más reciente película, sólo  que esta vez lo hace con menos presupuesto. Para ello, ha localizado un  marco espacial donde conviven el lejano Oriente y el continente africano: el Raval de Barcelona. Es en este enclave por donde merodea Uxbal, un buscavidas de medio pelo que lo mismo dirige un grupo de inmigrantes senegaleses que utiliza el top-manta como tapadera para trapichear con drogas, como se encarga de hacer negocios con unos gangsters chinos especializados en la trata de personas. Como si eso no fuera suficiente para impactar al espectador, González Iñárritu añade más elementos al personaje o al rompecabezas que es Uxbal: una enfermedad terminal diagnosticada al principio de la película; una ex-mujer llamada Malambra que sufre una enfermedad bipolar, amén de diversas adicciones; dos hijos de los que Uxbal se debe de hacer cargo; un hermano vividor y fantoche; un don que le permite comunicarse con los muertos… Es como si, ya puestos a sintetizar, González Iñárritu condensara en el personaje de Uxbal las características más relevantes de los diversos personajes de Babel: el coraje del marido que intenta salvar a su mujer, la desolación de la mujer que debe de enfrentarse a su propia mortalidad, la ternura de la niñera que cuida de los hijos de los norteamericanos, la rivalidad de los hermanos marroquíes, la ingenuidad de la japonesa que intenta comunicarse con su padre ausente.
Hay quien reconocerá la complejidad psicológica de un personaje como el de Uxbal, pero, dados los precedentes, yo diría que se trata más bien de un personaje garrapiñado. Este término me lo acabo de inventar, y no sé muy bien lo que quiere decir. Quizás que el personaje es demasiado artificioso, que le falta fluidez, que empalaga, que está lleno de grumos. En manos de otro actor este personaje hubiera acabado fácilmente siendo una caricatura. Pero, por suerte para la película, Uxbal se ha hecho carne y hueso en Javier Bardem.

Con un físico poco común y una pasión interpretativa incandescente, Bardem parece predestinado a crear personajes excepcionales. Su mayor baza es la generosidad con la que se entrega en cada proyecto y la naturalidad con la que pone en pie tipos marcados por una marginalidad seductora: el poeta en el exilio, el parapléjico indomable, el asesino enamorado del azar. Con cada interpretación Bardem se descubre a sí mismo, y sus personajes parecen que existieran de antemano dentro de él, intercambiándose consejos sobre cómo pronunciar un acento o sobre cómo entrecerrar los párpados para lograr tal o cual efecto. En el caso de Uxbal, es como si el personaje de Lisardo en Días Contados hubiera sido reescrito por Bergman. Y Bardem se entrega como si fuese la primera vez.



A lo largo de más de dos horas somos testigos del imparable deterioro físico de Uxbal y de su inverosímil redención moral. Las escenas de dolorosa micción del personaje se entremezclan con su lucha por dejar un mundo mejor para sus hijos una vez que él falte. Antes de morir, Uxbal ya se encuentra hundido hasta el cuello en el submundo. Pero es el submundo de la economía sumergida, el submundo de la clandestinidad y los negocios ilegales. Tanto underground asfixia y los tintes de denuncia social aparecen limitados por el tono hiperbólico de la propuesta. Veo a Uxbal deambular por Barcelona con su culpa y su cáncer y sus superpoderes, y pienso en cierto cine minimalista, el cine de directores como Corneliu Porumboiu o de Nuri Bilge Ceylan que sólo necesitan un hombre andando por la calle para crear una narrativa. Si Biutiful es minimalista, se trata de un minimalismo barroco.

Nombré antes a Bergman y es que para González Iñárritu parece ser también una obligación mostrar las miserias humanas. Al fin y al cabo, el cine es sólo una proyección mental de una idea, y el exhibicionismo morboso del director mexicano debe de ser aceptado como lo que es: la búsqueda de una catarsis. Pero quizás ese dolor intelectualizado sea el fallo de González Iñárritu. Su obsesión por afectar la sensibilidad del espectador le hace olvidarse a veces de algo tan simple como entretener.  Aunque la marca de su cine sea la intensidad de las relaciones humanas, sin el soporte visceral de Guillermo Arriaga,  sus fotogramas son sólo un espejismo de innegable fuerza cinemática, un misterio doloroso sin sangre ni pasión.

Para esta fábula de martirio y misericordia, González Iñárritu cuenta una vez más con la colaboración del magnífico director de fotografía Rodrigo Prieto. En su paleta de colores resaltan los tonos saturados del amarillo taxi neoyorkino y del  color dorado otoño, como diría el crítico británico Anthony Lane.
Amarillo taxi neoyorkino y azul viagra...

Pero en Biutiful las escenas de sexo son torpes y carentes de morbo. El sex-appeal de los actores aparece difuminado (Javier Bardem se está muriendo; Eduard Fernandez parece interpretar un papel hecho para Jordi Sánchez; Malambra, el personaje de Maricel Álvarez, es tremendamente irritante). Y la violencia estalla sin apenas provocar quemaduras. La trágica muerte de los chinos ilegales, por ejemplo, se debe al silencioso escape de una estufa de gas. Nada que ver con los desgarradores actos de terrorismo pasional del cine de Guillermo Arriaga.
Tanto Oriente y tanta Europa y tanta África de telediario, cuando el cine de González Iñárritu quizás se beneficiaría más con un poco de Latinoamérica y sus telenovelas.