sábado, 24 de diciembre de 2011

The Salt of Life


La imagen que hemos visto recientemente de Italia en los medios de comunicación, una Italia al borde del colapso económico, asediada por la deuda externa y humillada por los caprichos de un viejo carcamal, tiene poco que ver con el ánimo que transmite The Salt of Life. Aquí, los embrollos de la actualidad italiana aparecen eclipsados por los embrollos sentimentales de su protagonista, un señor en la antesala de la vejez que decide poner a prueba los restos de su masculinidad de la mejor manera posible: buscándose una amante. Con estas credenciales uno se podría temer lo peor, un revival del casposo cine italiano de los años 70 y 80, un reciclaje en pleno siglo XXI del muslamen de Carmen Russo y del espiar por el ojo de la cerradura. Pero, por suerte, en The Salt of Life  no hay nada de eso. Ni consumo ingente de Viagra, ni invitaciones a las fiestas privadas de Berlusconi en Cerdeña. Aquí, la decrepitud y el deseo se retratan de la manera más honesta posible: con muy poco ruido y una ligerísima pincelada de sonrojo.

Gianni Di Gregorio, director, actor y guionista, recupera al protagonista de Mid-August Lunch, su anterior película, para enfrentarlo a los miedos y las inseguridades propios de la pitupausia: que si el tiempo pesa como una losa sobre el pecho, que si las mujeres ya no nos miran, que a ver si vamos organizando los papeles de mamá, no vaya a ser que un día de estos la palme. El retrato sombrío sobre el envejecimiento aparece aligerado por la mirada cálida y humorística de Di Gregorio, repitiendo así la fórmula que ya hubiera utilizado con éxito en Mid-August Lunch. Si en ésta la rutina de nuestro protagonista se interrumpía cuando éste se veía obligado a ejercer de canguro de cuatro octogenarias, en The Salt of Life las tribulaciones de Gianni comenzarán cuando, inducido por su amigo y abogado Alfonso, se lance a la busca de una aventura amorosa. Ambas, aunque traten de cosas como la decadencia física, la cercanía de la muerte o la soledad, transcurren con el trafondo del sensual estío romano. Ambas derrochan algo tan precioso y tan difícil de conseguir en el cine como es la cotidianeidad. Esa cotidianeidad de la vida inconsecuante y ligeramente excéntrica de Gianni. Ambas, pero especialmente The Salt of Life, están llena de tiempos muertos que son como un esqueleto, como los signos de puntuación de una filmografía. Gianni sacando a pasear a su perro. Gianni preparando café. Gianni quedándose dormido en un sofá. Gianni despertando. Estos momentos, por supuesto, no sólo describen una rutina, sino que capturan al personaje en los momentos en que se hace más patente su soledad, aunque Di Gregorio parezca a veces insinuar que ésta sea parte del carácter ensimismado del personaje, más que una condición asociada al envejecimiento.

Además de estos tiempo muertos, la película está construída como una sucesión de pequeños episodios, que son los encuentros, más platónicos que otra cosa, que Gianni sostiene con diversas mujeres. Estos amagos de conquista suelen acabar en nada, bien porque Gianni no da el tipo, o no da el paso, o bien porque la dama en concreto no está por la labor. A la memoria viene, por supuesto Memorias de un Seductor, y cuarto y mitad del resto de la filmografía de Woody Allen, con esas confrontaciones, entre vergonzosas y mágicas, con el universo femenino. Pero de una manera más íntima, The Salt of Life me recuerda a Las noches de Cabiria, en tanto que el amor según una prostituta no difiere mucho del amor según un sexagenario. Ambos deben de ser o muy ingenuos o muy gilipuertas para blindarse contra el cinismo y la crueldad y seguir soñando. Di Gregorio, el actor, hace aquí un papel ejemplar. Agraciado con un físico que podría utilizar para ejercer de galán, Di Gregorio prefiere difuminarlo y parapetarse con las armas de su personaje: la timidez, la docilidad, el encorvamiento, y esa manera tan ascética de enfrentarse al humor. Mírenlo haciendo flexiones en la azotea de su casa y no me negarán que podría hacer una réplica perfecta como Buster Keaton a un chapliniano Mastroiani.


Pero quizás, lo que más nos seduzca de esta película sea la relación que Gianni mantiene con su madre (papel interpretado una vez más por esa gran Valeria de Franciscis), ya recreada en Mid-August Lunch y en la que se puede apreciar una dinámica que va más allá de la edad y las arrugas: la madre dominanta, coqueta y juerguista; el hijo educado, solícito y convenido. Las escenas entre estos dos personajes son puro oro paterno-filial.


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