viernes, 12 de abril de 2013

Five Broken Cameras

Fijémosnos por unos momentos en la fuerza dramática oculta en el título de este documental: Five broken cameras que, en español castizo, como ya sabrán, sería algo así como Cinco putas cámaras rotas. Clarifiquemos, antes que nada, que estamos hablando de cámaras de video. Fijémosnos en el número: cinco no es ningún moco de pavo. Muy torpe tiene que ser un operador para que se le rompan cinco cámaras pero es que, al protagonista de este film no se le rompen, sino que se las rompen. Emad Burnat, uno de los directores y el principal protagonista de este sobrecogedor documental, nos invita, con la crudeza y la honestidad que aporta el metraje de video, a darnos un garbeo por su vida, por su realidad. Una realidad que, como ya habrán imaginado, no se limita a destruir cámaras de video.

Emad vive con su familia en Bill'in, un poblado campesino en la franja de Cisjordania. Lo primero que conocemos de él es su voz, una voz en off que escucharemos durante todo el metraje, una voz cálida y suave. El tono de su voz, sin embargo, ya desde los primeros minutos del documental, es de absoluta desolación. "Filmo para aferrarme a mi vida", nos dice Emad, y nosotros le creemos. En la primera escena que vemos con él, nos lo encuentra mos sentado frente a una mesa, sobre la cual se hayan, como cinco carroñas electrónicas, las cámaras del título. La premisa no puede ser más simple. Lo que veremos a continuación será el material rodado (no todo, supongo) con esas cámaras. El tiempo que abarca este material es del 2005 al 2010. Unos 5 años. En ese lapso de tiempo, Emad ha puesto su vida en riesgo por lo menos unas 5 veces, como se puede comprobar en la película. Resulta elocuente comprobar como la violencia que se observa en la pantalla, llegado un momento, trasciende a ésta. Hay un momento en que vemos una granada volar, la imagen es sacudida por un movimiento violento,  hay un ruido, una explosión y la pantalla se llena de "nieve". Así hasta 5 veces.

 
 Pero el principal acierto de Five Broken Cameras no radica, a mi parecer, en ese metraje inmediato, sucio y testimonial de telediario de sobremesa, que constituye la mitad de la película. Este metraje tiene, por supuesto, un valor periodístico, y suponemos que judicial, impagable. Pero lo que le da profundidad a la historia, lo que nos la acerca y nos la justifica y nos la vende es la confesión inicial de Emad acerca de la razón por la que se compró la primera cámara: para rodar el nacimiento y crecimiento de Gabreel, su cuarto hijo. Sentimentalismos aparte (aunque Five Broken Cameras es tan cruda que no tiene ninguna manipulación), la ternura que desprenden las imágenes que Emad rueda de su hijo -y de su familia- (las cuales se intercalan con las escenas de manifestaciones y abuso y violencia y duelo), sirve para poner de relieve el sentido último de su lucha, la razón instintiva, casi paternal, de su imparable rodaje. Y es que hay lugares en los que ya naces siendo un animal político, lugares en los que desde pequeño te enseñan a posicionarte por una causa, a denunciar una injusticia, a luchar por tu futuro y por el futuro de los tuyos. Hay lugares en los que uno se tiene que partir la cara hasta 5 veces para lograr que esa misma cara vuelva a sonreir.
 
En Five Broken Cameras la lucha del pueblo de Bill'in comienza cuando un nuevo asentamiento de colonos israelíes construyen sus viviendas a unos poco kilómetros de distancia. Para evitar cualquier tipo de incidentes, el gobierno de Israel, por medio de su ejército, levanta una valla inmensa, expropiando de paso terrenos cultivados de los habitantes de Bill'in. Al mismo tiempo que el pueblo se manifiesta semanalmente y sufre la violenta represión del ejército, uno ve crecer al joven Gabreel, y se conmueve al contemplar ese presente suyo de bombas lacrimógenas y vallas, al presentirle ese futuro de destierro y orfandad o, lo que podría ser peor, al presentirle ningún futuro en absoluto, arrebatado éste por una muerte violenta.
 
Mientras en los Estados Unidos el ciudadano medio utiliza las cámaras para grabar a los amigos rompiéndose la crisma por hacer el chorras en una bicicleta o a niñas repelentes participando en concursos de belleza, en otros lugares del mundo, las cámaras ruedan una realidad que no es oligofrénica ni aburrida ni suburbana. Las cámaras de Emad, por ejemplo, grabaron a amigos muriéndose de verdad, grabaron a niños descubriendo la nieve, grabaron el día a día de un pueblo, ajetreado entre los soldados y los olivos. Descansen en paz.




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