lunes, 17 de junio de 2013

O Som ao Redor

Diez años después de Cidade de Deus, de Fernando Meirelles -cuyo éxito dio lugar a una oferta de películas brasileñas marcadas por el protagonismo de los malandros, la mise en scène de las favelas, y el discurso nihilista de la violencia y la pobreza (Bus 174, Cidade dos Homens, Tropa de Elite 1 y 2, Carandiru)- se estrena por estas latitudes O Som ao Redor, y da la impresión de que el cine de Brasil ha decidido hacer lo mismo que su Gobierno: un lavado de cara con vistas a los próximos eventos deportivos mundiales. Sin dejar de hacer hincapié -aunque de manera más sutil que sus predecesoras- en los males endémicos que azotan a este país, O Som ao Redor nos ofrece el retrato de una clase media mayormente despreocupada: ahí están el ama de casa aburrida, el agente inmobiliario enamorado, el patriarca jocundo. Si no fuera porque todos van en chanclas, o porque en Europa la clase media despreocupada ya no existe, uno se pensaría que esta película estuviese rodada en Oporto. 

Pero Kleber Mendonça Filho nos quiere contar otra historia, y su postal del Brasil no es tanto el retrato de una ciudad en plena efervescencia urbanística, como la radiografía poética de un vecindario en pleno vórtice cambiante. Ante la presencia imponente de los rascacielos de Recife, Mendonça Filho parece fijarse más en las pequeñas cosas: un balón rebotando en una callejuela, una pareja de adolescentes besándose tras una esquina, cosas sin importancia que parece tener un peso dramático significativo. La vida, supongo.     



O Som ao Redor comienza con un plano secuencia en el que vemos a una niña paseándose en patines por los límites de un condominio. Vemos el parking, vemos la zona de juego donde un grupo de niños juega al fútbol mientras sus madres charlan despreocupadamente. El ambiente general es lúdico y relajado, pero también extrañamente inquietante. Esta pauta establecerá el tono general de la película. Las historias que se nos cuentan serán así: anodinas como una siesta, espeluznantes como el filo de una pesadilla a medianoche. Es como si la limpiadora -para hacer referencia al lavado de cara que mencionábamos antes- ocultara toda la mugre debajo de la alfombra. La suciedad no se ve, pero sigue ahí. Bia, el ama de casa,  fuma marijuana para combatir la desidia; Joao, el agente inmobiliario, se dedica a buscar al delincuente que robó el estéreo del coche de su novia. Sí, Brasil ya no es el país del crimen y el tráfico de droga a gran escala, pero el malestar, cierto malestar, sigue ahí presente. Es por eso que el vecindario contrata los servicios de unos agentes de seguridad, quienes se dedicarán a patrullar el barrio, para controlar cualquier atisbo de delincuencia. Mendonça Filho utiliza todos estos elementos para darle más juego a la verdadera protagonista de la película: su propia mirada de director.  



O Som ao Redor parece adolecer así de la intención típica de las óperas primas, las cuales suelen estar menos interesada en lo que nos quiere contar que en el cómo nos lo va a contar. Y, sin embargo, a Mendonça Filho le ha salido un producto donde las decisiones estilísticas parecen remitir a la coherencia interna del relato. Un relato que, si bien puede irritar a algunos espectadores por sus lagunas narrativas y la parsimonia de su ritmo, posee una capacidad para sorprendernos con los asuntos más cotidianos. Decidido a mostrarnos un microcosmos indolente durante lo que parece ser un boom urbanístico, Mendonça Filho utiliza la cámara como si fuera un microscopio, y nos intercala, entre las vidas obtusas de sus personajes, aquello que parece ser verdaderamente significativo: los detalles fantasmagóricos, los sueños angustiosos, los presagios salvajes. Todo un poco lyncheano, vaya. Es así, utilizando una narración sesgada, elíptica, caprichosa, como se nos irá desvelando algo que no tiene nombre, una especie de malestar cotidiano latente entre los rascacielos. Pero ese descontento que se intuye en Ao Som o Redor no es nada irreal. Es bastante real, y ha venido para quedarse. 

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