sábado, 30 de julio de 2011

Los ojos de Julia

Lo primero que vieron mis ojos fue el título de la película. Sugerente, poético, mal elegido. Los ojos de Julia parecía remitir más a un cuento sobre cierta educación sentimental escrito por un autor del Boom latinoamericano que a  lo que realmente era: un thriller español con aspiraciones. Por supuesto que parte del meollo de la película se encuentra en los ojos de la protagonista (hermosos, ligeramente estrábicos ojos de Belén Rueda), pero ya puestos a impactar al espectador, le hubiera venido mejor, a mi modesto parecer, títulos como Los ojos del crimen, La mirada del otro o Sola en la oscuridad. ¡Cómo!, ¿que ya existen películas con estos nombres? ¡Acabáramos!

Producida por Guillermo del Toro, Los ojos de Julia  nos adentra en una historia que debería de parecernos ligeramente familiar. Porque, ¿existe algo más cinematográfico que estar ciego? La ceguera, esa incapacidad física tan familiar a los que llegamos tarde al cine, despierta la simpatía instantánea del espectador, porque retrata, mejor que cualquier drama existencialista, nuestra propia indefensión frente al mundo. En una sola habitación hay tantos vasos de cristal al borde de una mesa, tantos muebles contra los que tropezar, tanto mal nacido en los rincones esperando a hacernos la puñeta... Y es así que el invidente, por regla general, se nos suele presentar en las películas con cierta aura de outsider o de bohemio, de un personaje que se guía por sus propias reglas y que habita una realidad que es a la vez acechante y personalísima.


Un solo ciego por película bastaría para crear una ficción plausible. Pensemos, por ejemplo, en los personajes interpretados por Bjork o Audrey Hepburn.  Pero las matemáticas no casan con la dramaturgia. Los ojos de Julia está llena de ciegos. No solamente tenemos a Julia, que padece una enfermedad degenerativa que la está abocando a una ceguera definitiva, sino también Sara, su hermana gemela, muerta en lo que, a todas luces, parece ser un suicidio. Hay también una vecina ciega, y un grupo de ciegas que aparece cotilleando sobre el misterioso novio de Sara. Julia sospecha que su hermana ha sido asesinada e inicia una investigación por su cuenta y riesgo, buscando un asesino que nadie parece haber visto: metafóricamente, todos los personajes de esta película están ciegos.



Guillém Morales se emplea a fondo en crear una atmósfera propicia para su thriller. No falta la puesta en escena lóbrega y sugerente, ni la típica persecución subterránea, ni el ritmo, ni la lluvia, pero todo resulta un poco hueco cuando llega la hora de ajustar las acciones del asesino. No entran ni con calzador. El guión escrito conjuntamente con Oriol Paulo busca el efectismo hollywoodiense y lo consigue a costa de meter clichés e inconsistencias. A la media hora de la película el asesino ejecuta dos acciones simultáneas: mata al único testigo que puede reconocerlo y secuestra (¿cómo? por arte de birlobirloque) al marido de Julia (Lluís Homar). A partir de aquí la ceguera ocular de la protagonista irá aumentando en proporción a la ofuscación ciega del espectador. Y cualquier interés por descubrir al asesino decrece a medida que avanza el metraje y vamos descubriendo el perfil de éste: un perturbado con el don de la invisibilidad que se dedica a asesinar ciegas, ¡menudo pringado!





Lo mejor de la película, aparte de sus interpretaciones, es esa perversidad Hitchcockiana con la que Morales vapulea a su protagonista,perversidad que hubiera resultado aún más estimulante si el personaje de Belén Rueda fuera más cínico. Pero, desafortunadamente, Julia, además de ciega, también parece estar ciega de amor, y este detalle cursi, unida a su vacuo efectismo, hacen de Los ojos de Julia un thriller decepcionante.
 

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