sábado, 7 de enero de 2012

Las Acacias

La figura del camionero es el eslabón perdido del cine Americano. Todo comenzó con una diligencia y un paisaje inabarcable, que debía de ser recorrido de cabo a rabo. El camionero era el personaje gruñón y adusto, la figura matemática que iba del punto A al B, el aventurero que se enfrentaba al destino con un cigarrillo colgado de los labios y la vista siempre puesta en el horizonte. Allí donde la figura del pistolero se encargaba de dar lustre a la metáfora sobre la justicia o la indomabilidad, la del camionero era una sombra machadiana en el Far West. Es decir, el camionero ponía el toque ascético, bondadoso, no falto de una ligera dosis de ensimismamiento. De ahí sólo hay un paso hasta llegar al protagonista de El salario del miedo, que era un camionero existencialista, o al héroe de La reina de África, que era un camionero de río. Más tarde, a la figura del camionero le salió un aura sentimental, porque siempre hay un camionero dispuesto a enamorarse o a irse de putas, y le pudimos ver en road-movies eminentemente femeninas como Estación Central de Brasil Transamerica.


En Las Acacias, su ópera prima, Pablo Girgelli bebe de esta herencia sentimental, desnudando a la figura del camionero de todos sus accesorios para ofrecernos una pequeña joya minimalista. Atención: la mitad de las escenas de la película transcurren en la cabina de un camión. ¡Toma mise-en-scène! Atención: hay tres protagonistas; uno de ellos es un bebé de 5 meses; los otros dos, adultos, tampoco se destacan por su elocuencia. Extractos del diálogo: "¿Vos sos Rubén?" "¿Cómo se llama la bebita?" "Tengo que parar acá" "Jacinta, yo..., yo..." Y poco más. Atención: la banda sonora de la película, el soundtrack del año, consiste en 57:34 minutos de rum-rum de motor. Aquí no hay ninguna enfatización. Si se quiere resaltar algo, el protagonista enciende un cigarrillo. La pericia de Girgelli ha consistido, mayormente, en llenar tanto silencio, tanto vacío, tanta distancia, con la mirada hondísima de sus protagonistas.  Y éste es el argumento: Rubén (Germán de Silva) es un camionero que accede a hacer un favor a su jefe y llevar a una mujer, Jacinta (Hebe Duarte), hasta Buenos Aires. Inesperadamente, Jacinta trae consigo, además de todos sus bártulos, a su hija Anahí (Nayra Calle Mamani). A Rubén este pequeño detalle no le hace gracia un pelo. Pero, aún así, decide llevar a estas dos pasajeras desde Paraguay hasta Buenos Aires, como había acordado con su jefe. Con esta carta de presentación no es de extrañar que fuera premiada con la Camera D'Or en Cannes.


Las Acacias transpira humildad desde su planteamiento hasta su más recóndita resolución. El viaje físico que emprenden sus protagonistas está marcado por carreteras llenas de baches y polvo y un paisaje rural con cuarto y mitad de cielo y tres kilos de pobreza. O eso parece. Y sin embargo, nuestros personajes son ricos a su manera. Porque el viaje es también el viaje interior que Rubén realiza hacia el pasado, además del viaje definitivo que Jacinta realiza hacia su futuro. Es así como ambos llenan la película de pequeños gestos, miradas, inclinaciones de cabeza. Es así como la enriquecen. Cabe destacar aquí el trabajo impredecible, impagable e inconsciente, de la  pequeña Mamani, que hace creíble toda esa ternura que brota espontáneamente y que contamina la segunda mitad de la película. Gracias a ella vemos el corazón de Rubén derretirse ante nuestros ojos. Y hace rum rum, el corazón, y también tic tac, al derretirse. Pero sobre todo rum rum. Cabe destacar también el papel de De Silva, sobre cuyos hombros recae todo el peso de la película, un peso leve, sí, pero no por ello menos valioso.  Es en la figura de su camionero donde uno se halla más cerca de una verdad insoslayable. En la guantera de su camión, Rubén guarda su pasado: una fotografía de su hijo, al que no ve desde hace 7 años. Rubén, solitario, huraño, irá reinventando, a lo largo de la película, a su nueva familia. Sentado al volante, sin moverse, mirando siempre al frente. Un poco, más o menos, como lo que hace el espectador desde su butaca.

Una vez que aparecen los títulos de crédito, después de que Rubén haya dejado a Jacinta y Anahí en su nuevo hogar, y con esa promesa aún flotando en el aire, el ruído del motor del camión se deja oír durante un rato más, y todos somos plenamente conscientes de lo que ya intuíamos antes, que, aunque la película ha terminado, la vida continúa, y que existe un camino aún por recorrer, aguardándonos en un lugar, más allá de las sombras, según se tira al horizonte a mano izquierda.

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