domingo, 29 de enero de 2012

Snowtown

Las películas que se anuncian como basadas en hechos reales suelen apelar a una sensibilidad de sobremesa. Gustan de la realidad su lado más crudo, más fúnebre, más monótono. Asumen, quizás con un lado de razón, que el instinto voyeurístico del espectador va asociado a un gusto por el morbo. Y van a inspirarse allí donde el lado más bestia de la vida campea a sus anchas: la página de sucesos. Por supuesto, muchísimas películas se inspiran en la realidad, pero no todas anuncian su contenido como basado en hechos reales. Tanto The King's Speech como The Social Network, por ejemplo, toman su inspiración de situaciones y personajes reales, pero utilizan sus respectivas anécdotas para crear un mundo de ficción, es decir, juegan con la realidad para entretener al espectador. Esa acentuación que se hace en ciertas películas al recalcar que está basada en hechos reales, sirve para colocar al público en el papel de testigos antes que en el de simples aficionados al cine. Se crea una expectación malsana. Es como el cartel de "Cuidado con el perro" que nos pone sobre aviso, y uno espera que, de un momento a otro, una bestia nos arrancará la pierna a dentelladas. Aquí, la única que muerde es la realidad. Y su rabia cinemática se desenvuelve en películas que tratan uno de estos temas: juicios, enfermedades o asesinatos. Snowtown va de esto último. Y los hechos reales en los que está basada son los asesinatos en serie perpetrados por John Bunting y sus secuaces en el sur de Australia, entre 1992 y 1992. Las víctimas, (pedófilos, homosexuales, drogadictos en su mayoría, los más marginados de una pequeña comunidad marginal) eran torturadas con saña y sus cadáveres almacenados en barriles con ácido. Reality bites.



Justin Kurzel se las arregla, sin embargo, para imbuir la película de cierto aliento poético. Para ello, narra la historia desde el punto de vista de Jamie Vlassakis (Lucas Pittaway), joven desubicado, víctima, junto a sus hermanos, de los abusos de un pedófilo, que verá en John Bunting (un acertadísimo Daniel Henshall) la figura de un padre y un salvador. Es la voz en off de Jamie la que nos introduce en la historia, narrando una de sus pesadillas, mientras vemos el paisaje moverse como desde la ventanilla de un tren. Ya desde estas primeras imágenes monótonas, crepusculares, uno advierte la intensidad hipnótica y machacona de la música y se cerciora de que un 75% del terror que puede inducir una película se debe a su sonido. Llama también la atención la fotografía como de polaroid con que se retrata el pequeño universo de Jamie y la presencia de un cielo que parece estar permanentemente atardeciendo. Para cuando aparece la figura de Bunting, uno lleva ya 10 minutos empapados de un realismo sucio o un hiperrealismo que recuerda a la obra de Nan Goldin.


Poco a poco, Bunting irá pregonando su credo en esta pequeña comunidad de desarraigados, e irá inculcando sus ideas brutales en la frágil mente del pobre Jamie. Quizás lo más terrorífico de esta película sea precisamente ese adoctrinamiento al que se ve sometido nuestro joven protagonista, que acabará sucumbiendo a la influencia maligna de Bunting. Vástago de una familia disfuncional, víctima de un pedófilo, Jamie necesita de un ejemplo a seguir, un hermano mayor que le ayude a estructurar su existencia. Y no tiene peor suerte que darse de bruces con Bunting.  Éste se rodea de una variopinta trupe de clase baja (futuras víctimas, futuros cómplices), e inicia una relación con Elizabeth, la madre de Jamie. Sentados alrededor de la mesa de la cocina, todos hablan de temas cotidianos, como una gran familia: cómo acabar con el vecino peligroso, el vecino que molesta a tus hijos, el vecino que asquea. Son caras de pobres, problemas de pobres. Snowtown carece por completo de glamour porque la sangre no tiene glamour.

Para cuando se llega al primer gran shock de la película, uno lleva ya oliendo a chamusquina durante un buen rato. Se intuye que, de un momento a otro, sucederá algo espeluznante. Los vecinos, los amigos, empienzan a desaparecer. Y Bunting, que al principio es protector y comprensivo, se vuelve más amenazador y violento. El gran bautismo de fuego de Jamie llega en una de las escenas más terroríficas que se haya rodado jamás en un cuarto de baño (pienso en Psicosis, pienso en Scarface). Es aquí donde Troy Youde, medio hermano de Jamie, es torturado y asesinado a sangre fría. Es el primero de los crímenes en que participa Jamie. A partir de este momento, cuando la salvación de Jamie resulta impensable, cuando su inocencia se hace añicos, uno gana plena conciencia de las palabras "basada en hechos reales", y se convence de que la película no tendrá final feliz. Y que el resto del metraje consistirá en un lento descenso a un infierno basado en un infierno real.

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