lunes, 14 de enero de 2013

Una pistola en cada mano

Año nuevo, viejas crisis de la masculinidad. Los hombres ya no se empalman, ya no educan a sus hijos, ya no se van muriendo como lo hacían nuestros bisabuelos. Cesc Gay, al que seguíamos un poco desde los adolescentes pajilleros de Krámpack, se hace eco de lo que un puñado de cuarentones tiene que decirnos en los albores de la pitopausia. El resultado es una película con un título tan tonto como equivocado, Una pistola en cada mano. Equivocado porque esta película es de todo menos beligerante. Hay mucho diálogo que no llega a ninguna parte, eso sí, que por algo está hecha y ambientada en Cataluña. Y el cine catalán siempre ha dado muestras de más palique y teatralidad que el cine hecho en el resto de España. Cesc Gay, heredero no tanto del cine de Ventura Pons como de las adaptaciones que éste hizo de obras de Sergi Belbel y Quim Monzó, nos trae unas estampitas dialogadas donde el humor, el absurdo cotidiano y una levísima amargura van dejando sus sedimentos en cada una de las réplicas y contrarréplicas que los personajes de Una pistola en cada mano se van lanzando unos a otros, como si fueran lanzadores de sables puestos frente a frente.

Esta obra no es por tanto una radiografía generacional (como quizá lo fuera o tuviera intención de serlo En la ciudad) y se conforma con marearnos un poco la perdiz de la masculinidad. Una hipotética estadística sobre los hombres en los cuarenta usando los personajes de esta película daría un resultado espeluznante: del 100% de la población heterosexual que ronda los cuarenta (no hay gays en la película de Gay) el 33.3% tiene crisis de identidad, el 33.3% tiene crisis de pareja, y el 33.3% restante tiene crisis de poder (económico, sexual o parental). Cesc Gay hilvana fino el perfil de sus protagonistas, lo que vemos es lo que hay, y lo que hay es, cuando menos, patético: cornudos, neuróticos, inseguros, divorciados, adúlteros, estupefactos, infantiloides. Los elementos para una comedia redonda están ahí. La carcajada llega inevitable, fulminante, repetidas veces. Sin embargo el resultado final deja un poco que desear.

                        

En Una pistola en cada mano se plantean varias situaciones interesantes (el divorciado que quiere volver con su mujer, el hombre casado que quiere echar una cana al aire con una compañera de trabajo , el cornudo enfrentado al amante de su mujer) pero, a la hora de la verdad, los conflictos quedan sin resolverse, y las escenas queman toda su pirotecnia en la chispa de los diálogos. Dicho esto, los personajes de la película tienen una soltura y una cercanía, que nos hace interesarnos por sus historias o sus histerias casi inmediatamente. Esto se debe a la gran labor de guionista de Gay pero, sobre todo, al elenco de actores, que pone en pie un fresco de personajes sustanciosos, tan elocuentes como desvalidos. Todos están bien, pero a mí me cautivaron especialmente las interpretaciones de Eduard Fernández, por su actitud chulesca en un personaje al que le venía que ni pintada, y la de Javier Cámara, por su sempiterna calidez.

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