domingo, 17 de marzo de 2013

The King of Pigs

De todos los infiernos imaginables, el más predecible quizás sea el de la adolescencia, ya que todos hemos pasado una temporada en él. Pomadas para el acné, amores no correspondidos, el primer gran abismo abierto entre la realidad y el deseo, las primeras vomitonas. Cinematográficamente, las archiconocidas letanías de la adolescencia occidental se convierten en moco de pavo cuando las enfrentamos a las tribulaciones del adolescente oriental. Y es que la vida es mucho más radical y violenta, más visceral y desoladora cuando se ve desde la óptica de unos ojos rasgados por la genética, y no por la narcolepsia. Uno ve a los jóvenes retratados en películas como All about Lily Chou Chou, 15 Beijing Bicycles y piensa: "Joder, crecer en el lejano Oriente tiene que DOLER de verdad". Se podría pensar que The King of Pigs, al utilizar el formato de animación para narrarnos una historia de acoso escolar, suaviza un poco la temática. Pero el truco no cuela.
 
 


The King of Pigs nos cuenta la historia de dos amigos, Kyung-min y Jong-suk, que se reencuentran en su vida adulta para rememorar los años de colegio, cuando eran humillados y golpeados de lo lindo por sus compañeros. La película cuenta cómo el acoso escolar estaba basado en la diferencia de clase de los alumnos, siendo los "perros" -de clase social más elevada- los que hacían la vida imposible a los "cerdos" -de estatus más humilde-. Pero en The King of Pigs la crítica social brilla por su ausencia, salvo alguna pincelada de alegato antimaterialista. La vida de nuestros protagonistas es de pena, y la única esperanza parece residir en Chul, un misterioso compañero, que utiliza las mismas armas que sus agresores para mantenerlos a raya: violencia, mala hostia, y el desprecio más absoluto por el prójimo. Kyung-min y   Jong-suk se verán atraídos por el aura rebelde de Chul, por lo que parece ser la única esperanza para salir del infierno. Y Chul está más que dispuesto a ayudar a los dos amigos, transmitiéndoles la única lección que la vida le ha enseñado: es mejor no estar insensibilizado contra todo.
 
 
 
Yeun Sang-ho, el director de esta película, no concede respiro alguno a sus protagonistas. Cuando no están siendo machacados físicamente o psicológicamente, el director acentúa algún rasgo miserable de sus caracteres: si Kyung-min aparece retratado como un pusilánime, Jong-suk se nos muestra a veces como un fatuo. El hecho de que los portagonistas, instalados ya en la vida adulta, sean los que narren la historia sólo sirve para recalcar lo poco que ambos han cambiado en todos esos años. Esto sólo sirve para intensificar esa atmósfera claustrofóbica, de cárcel o pesadilla, que flota durante toda la película. Ver tanta brutalidad, tanta tristeza, sin lograr llegar a conclusión alguna es como ver funcionar una máquina de centrifugado. Es por eso que la última revelación que aparece en The King og Pigs, tan brutal, tan triste, nos deja un poco impávidos. Tantas vueltas y, al final, la ropa sigue sucia.
 
Nunca antes una película con tantos colorines me ha dejado el alma tan gris.  
 
 
 

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