domingo, 21 de noviembre de 2010

La nana

La nana es una película chilena y está hecha con esa inmediatez tan de cierto cine latinoamericano (y pienso en obras como Año Uña o Japón o Historias mínimas) que parece que estuviera creada por un vecino con inquietudes artísticas. Estas son películas hechas con muy poco dinero, rodadas casi sin tiempo por un equipo que desconoce el respaldo de una industria, y que carecen de cualquier tipo de apoyo estatal. Uno se imagina preguntándole al cineasta de turno cómo logró llevar a cabo una obra tan viva, tan inteligente y oyéndole responder:

-Fue sin querer queriendo.

Pero no, en estas obras no hay lugar para los accidentes, el metraje no chirría, uno casi puede oír el mecanismo perfecto de un corazón latiendo al otro lado de la pantalla.
Sebastián Silva escribió el guión de La nana inspirándose en su propia empleada del hogar y utilizó como set de rodaje la casa de sus padres. Pero su voracidad e instinto cinematográficos no se quedaron ahí. Sólo hay que fijarse en la cuidada composición de algunos planos, en la complementaria narrativa visual de la primera y última escena de la película, en el inspiradísimo casting de actores, para darse cuenta que Silva hace cine con la misma naturalidad con la que otros hacen pulseras y las venden en las calles. Hay que mencionar por supuesto el trabajo de Catalina Saavedra interpretando a Raquel, la nana del título, la empleada en el hogar de los Valdés, que ve su mundo amenazado cuando la señora de la casa decide contratar a una nueva sirvienta para ayudarle en las tareas domésticas. Los ojos de esta actriz, que son hermosos y expresivos, interpretan con una fuerza hipnótica y nos muestran lo que hay en el corazón  de las tinieblas: cicatería, frustración y, como estamos en Chile, miedo torero.

Ya avanzada la película descubro que agriarse el carácter es en realidad el único despilfarro que Raquel se puede permitir y se me ponen los pelos de punta. Es en ese lento strip-tease del alma de la protagonista donde Silva y Saavedra trabajan con un cuidado íntimo, con un respeto hacia un personaje que en otras manos podría haber acabado en un retrato caricaturesco.
                                      
Es fácil imaginar un remake español con una chacha impertinente, cotilla y con acento andaluz, la némesis del señorito, el carácter cuyas herramientas consisten en mastica chicle y decir frases soeces del tipo:

-En esta casa el único coño que friega es el mío!

La nana, claro está, no tiene nada de eso.

¿Y de qué nos habla entonces esta película? Pues habla, creo yo, de la pobreza. De la pobreza social y de la pobreza de espíritu  (no nos olvidemos que Chile es un país que ha hecho recientemente un Gran Hermano con 33 seres humanos enterrados bajo tierra). Habla de la soledad de todos los días, del envejecimiento, del monstruo del tedio, de la humillación de la servidumbre. Habla también de la amistad, pero sin entrar en sentimentalismos ni condescendencias, sin caer en los clichés  de las  relaciones platónicas. Todo lo que sucede en esta obra aparece teñido por el velo de lo cotidiano, y esto la hace más aterradora y depresiva, pero también  más entrañable.
Y para eso, para divulgar esa magia minúscula que se esconde debajo de las alfombras, Silva nos ha abierto las puertas de su casa. La nana nos refriega, nos empaña , nos desinfecta y, al final, nos deja la conciencia cinéfila más limpia que una patena.

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