martes, 30 de noviembre de 2010

Over your cities grass will grow

Fue en primavera cuando vi Beautiful losers, un documental del 2008 que trataba de una joven generación de artistas americanos. Ahí estaban Harmony Korine, provocador y autodestructivo, el polifacético Mike Mills, o el visionario Aaron Jones. Hablaban de su arte y hablaban de la  vitalista Margaret Kilgallen, una de las artistas del grupo, que había muerto prematuramente dejando un puñado de edificios pintados de flores y de mujeres en acción. Beautiful losers. Gente tatuada e inquieta, gente que se desplazaba en monopatín y que podía tocar el banjo. Gente guay. Jóvenes hermosos que habían irrumpido en la escena artística americana promulgando una obra urgente e inmediata, una obra que bebía directamente de los comic-books, de la publicidad y de la cultura underground. En la película se entreveraban ejemplos de las obras de estos artistas con sus propias declaraciones y era como entreverar los efectos de una droga con la lectura de unas páginas de Escohotado.  Es decir, que este documental causaba un efecto recreativo y alucinógeno a la vez que lúdico e informativo. La pantalla bullía como una verbena levantada a 3 metros de la butaca.



Llegó el otoño y con él Over your cities grass will grow,  una película de Sophie Fiennes, hermana de Ralph, de Joseph y de Martha. El día que fui a verla llovía. 


Entra Anselm Kiefer en escena. 


Este señor es un artista alemán y no está para bromas. Nada de jiji jajá, nada de superhéroes, nada de pesadillas juveniles con pulpos y latas de cerveza, porque el mundo está lleno de muertos. Si en Beautiful losers uno podía entrever el dolor pequeño de la enfermedad, la timidez o las adicciones, en Over your cities... impera un dolor bíblico, un dolor cósmico, la gran patada de Dios en el culo de la humanidad, algo tan inconmensurable que el artista necesita algo más que un lienzo o una pared para poderlo expresar.







La de Kiefer parece ser una de las obras más fatalistas y desasosegadoras de la Europa de entre siglos y Sophie Fiennes sólo necesita colocar la cámara en medio de ella para captar con nitidez algunos de los matices más lúgubres del infierno. Esa sinceridad narrativa parece ser marca de la directora, que ya en su previo documental (The pervert's guide to cinema, con el impagable Slavoj Zizek) se ciñó a poner la cámara frente a las obsesiones, teorías y elucubraciones  cinéfilas del filósofo esloveno. El único “exceso” de montaje que se permitía esta película era el de insertar la figura discursiva de Zizek como protagonista de escenas claves de algunos clásicos como Los pajaros o Terciopelo azul. Esta ocurrencia no sólo congeniaba perfectamente con el espíritu socarrón e iconoclasta del filósofo, sino que daba una idea del compromiso que Fiennes asume con sus personajes. Los protagonistas de sus documentales son protagonistas totales, y ella es la amañadísima guía que nos conduce directamente hasta el meollo de estas personalidades fascinantes.  

Si antes fue Zizek, ahora es el turno de Anselm Kiefer. Sophie Fiennes se concentra en el trabajo más reciente de este artista, aquel que viene realizando desde que se trasladó a vivir a una fábrica abandonada en las afueras de Barjac, un pequeño poblado al sur de Francia. Es en este lugar donde Kiefer ha montado su propio laboratorio de creación en el que dar rienda suelta a sus fantasmagorías. En Over your cities... vemos al artista quemando libros, rompiendo cristales, fabricando ceniza. La mirada de Fiennes se mantiene imperturbable y serena ante tanto apocalipsis. Si se desplaza en delicadísimos travellings es tan sólo para describir la laboriosidad y la claustrofobia de los túneles que el artista ha cavado en el subsuelo de Barjac.

Irónicamente, la fluidez del diálogo que la directora establece con su personaje se ve interrumpida en la escena más banal de la película: la interviú al artista. Lo más elocuente que un creador nos pudiera indicar sobre su trabajo debería estar resumido en el titulo de su obra. Sobre vuestras ciudades crecerá la hierba. Después de habernos arrastrado por corredores subterráneos, después de haber asistido a la creación de un bosque carbonizado, después de ver moles de cemento alzarse en un paisaje apocalíptico, lo que Anselm Kiefer nos tiene que decir nos viene al pairo. ¿Qué más hay que añadir a tanta creación y destrucción simultáneas? ¿Quién se va a creer el ritmo civilizado de una conversación después de haber presenciado tanto desgarro? El artista debe de ser un profeta callado. Anselm Kiefer abre la boca y da a entender que es un verdadero coñazo. En realidad, los artistas de Beautiful losers eran también  imposibles a su manera.

Por suerte Sophie Fiennes conoce el alma de los espectadores y, tras ese intermedio academicista, nos devuelve con pulso firme allí donde sabe que pertenecemos. A la noche y a las pesadillas. A los dominios de las sombras. Al mismísimo corazón de las tinieblas.

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