lunes, 28 de febrero de 2011

NEDS

NEDS, la nueva película de Peter Mullan, es un acrónimo inglés para Non Educated Delinquents. El término se usa principalmente en Escocia para designar a jóvenes de baja extracción social que se dedican a perder el tiempo y a delinquir. Son los canis del norte. Los McChorizos. Los perros callejeros de Caledonia.
Los jóvenes de los suburbios envejecen pronto y mal. Crecer en Glasgow, por ejemplo, en los años 70, en un paisaje de botellas rotas y columpios vacíos y coronas mortuorias y muermo y grisura es un plato difícil de digerir. Especialmente si eres un joven sensible con aspiraciones académicas. Esto es lo que le sucede a John McGill, el protagonista de la película, un niño aplicado con un historial familiar que deja mucho que desear: el hermano, quinqui de barrio, fue expulsado del colegio hace ya tiempo; el padre (personaje interpretado por el propio Mullan, que para eso es actor) es un borrachuzo amargado e inquietante, que se pasa la mitad de la película completamente ausente y la otra mitad haciendo la puñeta en casa. Con este cuadro ya me dirás cómo el pequeño McGill se puede quedar con la nariz pegada a los libros.   
La primera parte de NEDS es impecable. Vemos al niño McGill ofendido porque en el nuevo  curso escolar ha sido relegado a una clase de alumnos mediocres, y es que el apellido pesa. Le vemos estudiando y aplicándose e intentando salir del agujero que es su vida. Le vemos crecer. Atisbamos el trasfondo marginal y peligroso de sus días. La presencia ubicua del hermano, más poderosa cuando no aparece en escena (porque cuando aparece ves que es un niñato que no tiene ni media ostia, y pierde un poco). La presencia terrorífica del padre, sobre todo en esas escenas repetitivas en las que se pone a gritar como un verraco al pie de la escalera, exigiendo a la madre cumplir con sus obligaciones maritales, y que parecen sacadas de una película de David Lynch.
Después sucede lo de siempre, que el niño crece y se convierte en adolescente. En este aspecto, el casting de actores no ha podido ser más realista. Donde el actor Gregg Forrest tenía la mirada dulce y los mofletes pellizcables, Conor McCarron tiene una mirada vacuna y tiende al sobrepeso. Como la vida misma.



El joven McGill se hace amigo de un pijo y todo va bien hasta que un día éste le invita a su casa a tomar té y a escuchar vinilos de glam rock. Es en este punto cuando las cosas empiezan a ir mal. En todos los aspectos.
Para empezar, la madre del pijo decide que el nuevo amiguito no es lo suficientemente bueno para su hijo y la siguiente vez que el joven McGill va a la casa de visita, la madre se deshace de él con la típica prepotencia de clase. Es entonces cuando nuestro protagonista, despechado y lleno de rabia, decide mandar a la mierda su currículo escolar y darse un garbeo por el lado más bestia de la vida.
Este camino está ya algo trillado en el cine. Sabemos que va a haber navajazos y horas muertas y naufragio moral. Lo particular de esta película es que no intenta hacer un retrato de la realidad, del modo en que lo harían Ken Loach o Shane Meadows. Mullan nos ofrece una mirada muy personal, afinada entre lo onírico y lo grotesco, que, a veces, despista al espectador sobre las verdaderas intenciones del cineasta. ¿A cuento de qué viene orquestar el primer enfrentamiento entre las dos bandas rivales con una versión del Cheek to cheek?
La escena del padre al pie de la escalera es sugestiva y contundente la primera vez que la vemos. Cuando la misma escena se repite dos o tres veces, solo sirve para redundar en la repulsión que provoca el personaje. El mismísimo personaje John McGill comienza a provocarnos una profunda aversión, después de haber sido eximido por el director de cualquier tipo de responsabilidad moral. En menos de una hora hay intentos de homicidio, intentos de parricidio, robos, mentiras y algún que otro desvarío psicopático.El nihilismo de la película llega a cansar un poco y ésta se hace larga, aburrida y previsible. Como cualquier adolescencia, al fin y al cabo.
En una de las escenas finales el joven McGill, hasta el culo de pegamento, lucha a muerte con Jesucristo. Se trata, por supuesto, de una alucinación. Pero la alegoría subliminal llega demasiado tarde, porque a esas alturas de la película los dioses y los ídolos han muerto hace ya tiempo, así que no hace falta matarlos. Por eso, la redención de John McGill que aparece al final resulta tan poco creíble.
NEDS ganó la Concha de Oro a la mejor película en el festival de San Sebastián, y Conor McCarron la Concha de Plata al mejor actor, lo que viene a demostrar que con cierta dosis de violencia y de desidia uno siempre puede camelar al Jurado de un festival.
 
¡Adolescentes del mundo, levantaos y conquistad vuestro futuro!

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