jueves, 12 de abril de 2012

Bonsái

Basada en la novela homónima de Alejandro Zambra, Bonsái es una película chilena que nos habla sobre los libros. Hay literatura también, y amor, y retazos de comedia madrileña (¡en Santiago de Chile!), pero sobre todo hay libros. De tapa blanda, de tapa dura, forrados, gastados, en escaparates, en repisas, bajo la cama, inéditos, memorizados, no leídos, libros para regalar, libros para follar, libros para esconderse. Libros, libros. En la era del kindle y el iPad resulta conmovedor ver una película donde se le dé tanto protagonismo a un objeto cuyo futuro parece estar amenazado por las nuevas tecnologías. En este sentido la cinta de Cristián Jiménez se puede emparentar con La vida útil, del uruguayo Federico Veiroj, la cual homenajeaba una manera de vivir y consumir cine que era tan romántica como predigital. Ambas películas no sólo se sirven de una nostalgia similar, sino que transmiten una sensibilidad forjada en otro tiempo, cuando el mundo iba mucho más despacio que ahora, y la gente no tenía ocasión de leer la primera chorrada que a cualquier hijo de vecino (for example, moi), se le pasaba por la cabeza.

La novela de Zambra se devoraba en una visita al water. Y es que tenía de bonsái algo más que el título. Capítulos cortos, robustos, melancólicos, como ramas de árbol japonés.  Y un engranaje interno tan preciso, como surgido de una poda perfecta, que no daba tregua al espectador. En Bonsái se narraba, a partir de la historia de amor de sus protagonistas, Julio y Emilia, una especie de biografía sentimental de ambos, primero juntos y después por separado, hasta llegar a la muerte de Emilia o, mejor dicho, al conocimiento de la muerte de Emilia por parte de Julio. Comenzaba Zambra así su novela: "Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura"  En la película este párrafo aparece recitado por una voz en off, que resulta ser la voz de Julio, y que, al encontrarse en una adaptación cinematográfica, sustituye la palabra literatura por la palabra ficción. Muy bueno ese inciso, porque la película carece de la hondura existencial, el humor dialéctico, y la pequeñez trascendental de la novela o, al menos, no ha sabido transmitir estos elementos con la eficacia del libro, aunque posee varios momentos en los que se desenvuelve con una autenticidad propia. Especialmente en el comienzo y el final, durante los minutos posteriores al título y los precedentes a la palabra Fin. El resto no está mal, pero se nota la poda caprichosa de la adaptación que, puestos a eliminar, ha decidido desembarazarse de muchos aspectos del personaje de Emilia (interpretado por Natalia Galgani) del texto original, centrándose más en el personaje de Julio (Diego Noguera), y dándole más peso a Blanca (Trinidad González), la vecina y amante de éste, con la que Julio echará más polvos de los que hay en el libro. Buena estrategia de márketing. Con el personaje de Emilia adulto eliminado de la historia desaparece también cierta sordidez y cierto desamparo que son parte esencial de este libro en particular, y de la literatura en general.



Bonsái, con todo ese artilugio metaliterario que ya son de por sí las adaptaciones cinematográficas, nos narra el encuentro entre Julio y Gazmuri, un viejo y conocido escritor. Ambos se entrevistan por un asunto laboral. Gazmuri necesita a alguien que mecanografíe el manuscrito de su última novela y Julio es un letraherido que está disponible para hacer este trabajo. Cuando no lo consigue, decide escribir él mismo la supuesta novela de Gazmuri que luego tendrá que mecanografiar, para poder así mantener la imagen de hombre de letras que se había creado para impresionar a Blanca. La película utiliza esta situación de partida como excusa para que Julio, en busca de inspiración,se dedique a revivir la relación que tuvo con  Emilia, ocho años antes. La película irá saltando así del presente al pasado, en capítulos que recuerdan vagamente a los capítulos de la novela. Y así, tenemos las dos tramas principales de la película. Por un lado, la de un hombre que escribe un libro apócrifo. Por otro, la de dos jóvenes enamorados, Julio y Emilia, que se dedican a hacer lo típico de la edad, escribir poemas malos, beber a morro, follar todos los días, leerse los libros favoritos, aburrirse juntos. En ambas épocas, los personajes parecen estar un poco en babia, como si fueran adolescentes perpetuos y, encima, latinoamericanos. Este relentí se nota sobre todo en Julio, el cual parece que, cuando habla, estuviera en realidad leyendo frases impresas en su corteza cerebral. Ese ensimismamiento del personaje ayuda a crear un tempo ideal para la comedia pero, a medida que la historia se va tornando más agridulce, lastrará ligeramente el ritmo de la película, disfrazándola de una gravedad que seguramente no fuera intencional.




A Jiménez se le ve que le tiene cariño a sus personajes y les da cancha para que se explayen. Nada del distanciamiento de entomólogo de Zambra. Aquí podemos ver a Julio leyéndole libros a Emilia, a Julio escribiendo el falso manuscrito de Gazmuri, a Julio cultivando un bonsái,... y casi que se hecha de menos uno de los grandes aciertos de la narración de Zambra: la película tiene tiempos muertos; la novela no. Jiménez reconstruye los aspectos más intimistas de ésta utilizando primeros planos y planos cenitales y un muy bien adaptado tono lírico. Hay imágenes interesantes: una pareja besándose, un libro sobre la arena, un árbol que tiene la altura de un gato. Pero poco a poco, la película irá languideciendo, porque el personaje de Julio es, al fin y al cabo, un lector y un escritor, y toda paciencia tiene un límite cuando se trata de contemplar a un hombre con la mirada perdida en un papel. Y los minutos parecen alargarse hasta que nos acercamos a ese final, que es un final perfecto, en el que Julio recibe la noticia de la muerte de Emilia, y la historia de amor que, una vez, le dio sentido a su vida, concluye de una manera definitiva, cerrando así un círculo perfecto. Con las palabras de Proust de fondo, todo parece encajar en su sitio: "Desde hace tiempo he estado acostándome temprano..." 



Cultivar un bonsái es como escribir un libro. Leer un libro es como hablar con los muertos. Pensar en los muertos es como perderse en un bosque.

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