lunes, 2 de abril de 2012

House of Tolerance

París, 1900. Baudelaire la ha palmado hace ya tiempo, Toulouse-Lautrec está en las últimas, y Modigliani aún no ha llegado a la ciudad. Los burdeles están llenos de ricachones aburridos cuyo único arte consiste en escribir cartas de amor cursis o en escenificar estampas eróticas bizarras, dando rienda suelta a sus más íntimos deseos. Hay espiroquetas por todos lados. Dentro de este marco decadentista, Bertrand Bonello ha situado su última película, una especie de canto de cisne a la prostitución decimonónica, cuando en vez de cubatas y barras americanas, lo que había en los puti-clubs era opio y muebles estilo imperio. Otros tiempos, vaya. Y es que House of Tolerance es como un video de Madonna dirigido por Max Ophüls. O sea, un capricho de esos como sólo se ve en el cine francés.

No hay que negarle redaños a Bonello por haberse enfrascado en una película donde la mayoría del elenco se dedique casi exclusivamente a mostrar sus encantos. El público se puede despistar y pensar que eres un director chuloputas, que lo mismo te da desagradar a la crítica que desagradar a las feministas, y no un autor serio de culto. Especialmente si, como en este caso, se hace una peli de pilinguis. A la que te descuidas, se le ven a uno las intenciones rijosas y se hace el ridículo más espantoso. ¿Alguien vio Habitación en Roma y pensó que esta película ponía de relieve algo más trascendental que unos pezones? Sin embargo, House of Tolerance, incluso en los momentos en que resulta más chocante (como en la escena en que las prostitutas bailan al son de The right to love you), no deja de transmitir cierto encanto kitsch o retro o hiperrealista, en ese maridaje que la película hace entre la pintura y los anuncios de lencería. 


Y es que House of Tolerance parece estar diseñada como un inmenso lienzo en el que resaltan la composición y la luz (magnífica la labor del director de fotografía Josée  Deshaies, que parece reproducir pinceladas de Courbet y Renoir), pero donde los personajes se pierden en la exhuberancia del conjunto. El resultado final no deja indiferente. Impresiona, entretiene y desconcierta a partes iguales. Y hace gala de una cohesión interna impecable, que sólo se ve afectada por la innecesaria escena final. Para empezar, hay que destacar la atmósfera onírica y sofocante que impregna toda la película. Bonello presta mucho cuidado en hacernos ver que no sólo nos hallamos dentro de un burdel. También nos hallamos dentro de una pesadilla. Para ello utiliza, a modo de presentacion, en una especie de preludio situado en 1899, la historia de Madelaine  (Alice Barnole), una prostituta cuyo rostro es desfigurado salvajemente por uno de sus clientes. A partir de ese momento, Madelaine será conocida como "la mujer que ríe", y su presencia será como la de un espectro que es testigo mudo de las depravaciones de los clientes y de las deprivaciones de sus compañeras de infortunio. House of Tolerance se irá desarrollando a base de pequeñas estampas, donde los quehaceres cotidianos de las prostitutas (con sus abluciones, sus desayunos, sus reconocimientos médicos), se irá alternando con sus encuentros profesionales. Al atardecer, las prostitutas y la madame bajan a las primeras plantas del edificio y levantan una parafernalia art nouveau para los hombres que vienen a visitarlas. Los clientes ostentan perilla y grandilocuencia. Uno de ellos tiene un leopardo como mascota. No hay que olvidar que, a pesar de las canciones de rock y del efecto de pantalla partida, Bonello nos quiere transportar al albor del siglo XX. Dentro de una coctelera, eso sí. Hay un poco de denuncia social, un poco de ambientación histórica, un poco de sexo con espejos y voyeur al fondo. Y los diálogos son mayormente anodinos, sentimentales, prosaicos, como una lista de la compra el día de San Valentín.


La vida de estas prostitutas culminará en un vórtice de sífilis, adicción, locura y desencanto. No en vano Bonello ha sido incluído como parte del nuevo cine francés extremo, un cine que se destaca por su violencia, su escatología y su radicalidad. Pero House of Tolerance destaca sobre todo por sus encantos: su melancólica sensualidad, su estética decadente, su perfección formal. Encantos que va resaltado por la belleza de sus actrices. Adele Haenel, Jasmine Trinca e Iliana Zabeth son mis favoritas.

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