lunes, 16 de abril de 2012

Tyrannosaur

Habiéndose iniciado en su carrera cinematográfica de la mano de Shane Meadows, no es de extrañar que el actor Paddy Considine recurra para su ópera prima a una historia sobre marginados en un mundo que es más malo que un dolor de muelas. Este es el universo de Tyrannosaur: un council state donde abunda tanto los cristales como los futuros rotos; un pub donde se ahogan las penas y las oportunidades; callejones de farolas tristes cuyo aire huele a fish and chips y a fatalidad. Considine nos trae un cine desprovisto de abalorios, donde lo que importa son sus personajes, los hombres acabados, las dependientas de tienda, los garrulos insufribles, y así. Son estos personajes, a golpe de impulsos violentos o tiernos (según el día) los que irán tejiendo la historia  que, con estos parámetros, se sitúa entre el realismo social de Ken Loach y el realismo sucio, llamémoslo así, del ya mencionado Meadows.


Y la historia, en la sórdida, pobre y sucia Inglaterra, es una historia de amor o, más bien, de redención, como muy cristianamente ha enfatizado la traducción española del título, desperdiciando así la resonancia lírica del original inglés. Tyrannosaur representa los monstruos del pasado que, de una forma u otra, siguen presentes en nuestras vidas. Atormentado por esta presencia se encuentra Joseph (Peter Mullan), un borrachín pendenciero cuyos días son una monótona sucesión de melopeas, resacas y arrebatos de violencia. En la primera escena de la película Joseph mata a su perro en un arrebato etílico, crimen que sirve como una declaración de principios que constatase la falta de principios. Así es un día normal en la vida de Joseph: emborracharse, matar a su mejor amigo, irse a casa solo. Esta es la enésima encarnación de borracho que hace Mullan, quien se dió a conocer internacionalmente haciendo de ex-alcohólico enrollao en Mi nombre es Joe, de Loach. No hay nada como un actor inglés, o galés, o escocés para hacer de borracho, porque lo tienen fácil a la hora de encontar un modelo sobre el que construir el personaje. En Tyrannosaur Mullan recupera las expresiones y la mirada que ya utilizara para su personaje de Neds y las pone al servicio de este Joseph, mezclándolas con un poco de ternura on the rocks para darle un toque más distintivo. Aunque de ésta no hará uso hasta bastante más tarde.

En un vecindario como el suyo, raro es que no hayan quitado ya a Joseph de en medio de un navajazo, pero éste aún parece tener discernimiento suficiente como para salir por patas cuando las cosas la pintan fea. En una de estas huídas, Joseph se esconde en una charity shop regentada por Hannah (Olivia Colman), una cristiana caritativa con la que, a partir de ese momento, nuestro protagonista inciará una particularísima relación. Colman, a la que se puede ver echándose unas risas con Considine en Hot Fuzz, tiene un gran bagaje en comedia, pero aquí hace un gran uso de esa mirada triste y ese ensimismamiento, para crear el que posiblemente sea el personaje más desgarrador y tierno de su carrera.



Paddy Considine se nos revela en Tyrannosaur como un narrador nato, atento a los detalles, que sugiere más que muestra y que da espacio para que sus protagonistas crezcan. Destaca asímismo la creación de los personajes secundarios, dibujados perfectamente con unos pocos trazos, que sirven para que la historia avance: el niño vecino de Joseph que carece de figura paterna, el repugnante marido de Hannah, el amigo borrachín y ludópata de Joseph. Quizás se le pueda objetar a Considine cierto regodeo en los aspectos más sórdidos de la historia, cierta fascinación por la violencia que no siempre viene a cuento, pero todo esto son menudencias de tiquismiquis, cuando se las compara con el gran placer de ver una película tan genuina y visceral, como lo es Tyrannosaur


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