martes, 19 de junio de 2012

The Artist

Hace un par de años, y con ocasión del estreno mundial de la versión restaurada de Metrópolis, de Fritz Lang, el crítico de cine John Patterson hizo una acertadísima comparación entre el cine mudo de 1927 y la civilización de la Atlántida. Ambos, escribió Patterson, desaparecieron de la noche a la mañana, en el apogeo de su grandeza. Si bien la gloria de la Atlántida es más bien hipotética y descansa principalmente, aparte de en el fondo del mar, en lo que nos cuenta Platón sobre ella, la gloria del cine mudo persiste aún en nuestros días, y es relativamente fácil encontrar sus preciosos vestigios en las estanterias de DVDs de cualquier tienda especializada, en festivales de cine, en Amazon, en páginas web como MUBI. Cualquier ratón cinematográfico puede buscar, visualizar y admirar el grado de sofisticación de un arte que desapareció al soplo de una trompeta. El cine mudo, al igual que las lenguas clásicas o las religiones secretas, sigue vivito y coleando entre sus acólitos.

Así que todo ese bombo que se le ha dado a The Artist, catalogándola como obra maestra de nuestros días, suena un poco a tocomocho si se la compara, no a las películas actuales, entre las que  destaca por su extravagancia y su erudición cinematográfica, sino a las películas mudas de antaño, de las que The Artist parece ser una copia efectista pero, a fin de cuentas, bastante superficial.  No deja de resultar extraño que esta película haya sabido conectar no sólo con la crítica especializada, sino también con el gran público, logrando algo así parecido a un milagro. Y eso sin contar su carrera meteórica por todas las ceremonias del circuito (los Golden Globe, los Césars, los BAFTAS, los Oscars, no sé como no la han premiado en las Fallas de Valencia). El truco, a simple vista, consiste en meter en el mismo paquete a una obra francesa, en blanco y negro y muda (para calar entre los académicos), junto a una comedia romántica en la que sale un perrito zalamero (y arrasar, así, en los blockbusters). Mezclas más raras se han hecho en los botellones de mi pueblo, con resultados más desternillantes, y a nadie le han dado un premio.



Es por eso que yo me pregunto, porque es justo y necesario hacerse preguntas, en dónde reside la simpatía y la genialidad de The Artist y me encuentro con los 4 ases manoseados que esta película se guarda bajo la manga:


1) La nostalgia: En tiempos de crisis y apocalipsis uno siempre mira al pasado. Puestos a ponernos escapistas, siempre es más fácil desandar el camino andado que lanzarse a las fauces inhóspitas del mañana. Y el cine   cree en el ayer.  The Artist no es la única película de este año que ha lanzado una mirada nostálgica o revisionista al primer cuarto del siglo XX. Si War Horse nos trajo la Primera Guerra Mundial y Midnight in Paris la Generación Perdida, The Artist recupera, junto a Hugo, el cine del tiempo de Maricastaña. La originalidad de The Artist consiste, ya se sabe, en hablarnos de una época utilizando precisamente el lenguaje de esa época, pero desde la perspectiva y el bagaje cultural de un peatón de hoy. Es decir, cuarto y mitad de postmodernismo de saldo. Y la época de la que habla, por si el ejercicio de nostalgia no había quedado claro, es la del cine de Hollywood de los años 20, concretamente el periodo donde se pasó del cine mudo al sonoro: el hundimiento de la Atlántida. Fue en los años 20 cuando el sistema de estudios quedó definitivamente establecido, y esa manera de encandilar al público con fastuosas superproducciones y con estrenos de películas donde los nuevos dioses y diosas se aparecían repartiendo sonrisas y soplando besos de cine a las cámaras fotográficas. La denominación fabrica de sueños no podía ser más acertada: el joven cine manufacturaba emociones, y nos entregaba una magia nueva y duradera, y nos atrapaba con esa liturgia sobreactuada donde no se decía ni mú. The Artist funciona como un homenaje y una reivindicación de esa época y ese sistema en particular, y de todo el cine clásico en general. Inspirándose en F.W.Murnau, Max Linder, Alfred Hitchcock, Frank Borzage, Fred Astaire, y todo aquel que se pusiera a tiro, Michel Hazanavicius ha preparado un cocktail inusitado, una especie de poción mágica con la que nos invita, si no a otra cosa, al menos a recordar.


2) Los paralelismos: Uno de los mayores aciertos de Hazanavicius es haber creado un antihéroeGeorge Valentin (interpretado con mimo y desparpajo por Jean Dujardin),  atosigado por angustias y manías que encuentran un perfecto eco en nuestra actualidad. La amenaza del Hollywood mudo por la llegada del cine sonoro puede recordar al Hollywood de hoy en día, tratando de reinventarse en la era digital. La crisis financiera que dio paso a la Gran Depresión, y que en la película aparece de paso, es un espejo perfecto y terrorífico en el que asomar la crisis actual. Por lo demás, Valentin es un ser privilegiado, vanidoso y algo infantil que, como cualquier concursante de Gran Hermano, resulta patético cuando trata de satisfacer a cualquier precio su adicción a la fama.




3) La banda sonora: Si somos capaces de aguantar diariamente horas de inopia y desidia con una sonrisa, siempre que estemos enganchados a nuestro ipod ¿cómo no vamos a soportar hora y media de película muda si la música que escuchamos es ecléctica, evocadora, alegre, cool, y aderezada con piezas de grandes maestros  como Alberto Ginastera o Bernard Herrmann? Ludovic Bource crea una BSO magnífica y llena de matices. Ésta es la gran celebración del cine que estábamos esperando, violín y maracas bajo las estrellas.


4) El amor: Porque todo comienza con el amor y termina con el amor. The Artist es una comedia romántica donde los protagonistas, en vez de follar, bailan. Buen gusto no le falta a la película. Si acaso le sobra. Demasiado buen gusto para una historia que, de tan repetida, resulta redundante: chico y chica se conocen, chico y chica se atraen, chico y chica sufren un malentendido, chico y chica se pierden de vista, chico y chica se reencuentran, chica perdona a chico o viceversa, chico besa a chica o vicebesa, chico y chica acaban juntos.  Esta es, a grandes rasgos, la historia de The Artist, con el valor añadido de que el chico tiene un perro. Los animales siempre dan mucho juego en pantalla.


Estos 4 elementos, en conjunción, son la razón, a mi parecer, del éxito de The Artist. Por supuesto, habrá millones de cinéfilos con una razón única e intransferible de porqué han hecho un lugar para esta película en sus corazoncitos. Allá ellos.



Personalmente, The Artist me ha parecido una de las películas más simples, insidiosas, previsibles y absurdas de esta temporada. Y todo ello por culpa  de George Valentin, una superestrella de Hollywood que parece más bien un empleado de banca de tercera. Para un personaje que va del estrellato más absoluto al fracaso más estrepitoso, Valentin carece del genio turbador de Keaton, del magnetismo hiperestésico de la Swanson, del aura trágica de Linder. A Hazanavicius no se le ocurre otra cosa que dotar a su personaje de la compañía de un perro, difuminando así los matices más oscuros de aquel, haciendo su historia apta para todos los públicos. Por supuesto no existe nada de malo en eso, The Artist se trata, al fin y al cabo, de una feel good movie. Pero se hecha en falta un tono más adulto. Es el año 1927 ¡y estamos en Hollywood! ¿A nadie se le ocurrió poner una orgía, un pederasta, una heroinómana, por Dios? El hecho de que George Valentin no comience un romance que tiene a huevo con Peppy Miller (Bérénice Bejo) resulta poco creíble. Más increíble aún resulta el hecho de que Peppy Miller espere a Valentin, a pesar del tiempo transcurrido y de las vueltas que da la vida. Estos hechos, que hacen de Peppy y Valentin personajes éticamente buenos y estéticamente planos, colocan a The Artist en ese grupo de películas encargadas de propagar el tufillo sentimentaloide e infantiloide del celuloide. Droga adulterada que alimenta la sonrisa pánfila del espectador. 


Por supuesto, el cine mudo tenía mucho de ese tufillo. Pero también existió un cine mudo, una droga dura, que evolucionó hasta convertirse en un arte adulto, proyectando un desfile de espectros por las salas y teatros de todo el mundo, como un reflejo fascinante, hipnótico, de todos y cada uno de los horrores que se estaban fraguando en ese jovencísimo siglo XX. Hay están los vampiros, los paranoicos, los maestros del crimen, los vagabundos buenos y los aristócratas tontos. Ahí está el nacimiento de un lenguaje, el del cine, que es elocuencia y es también significado. La elocuencia que viene dada por el montaje, por el ángulo de cámara, por la composición del plano. El significado, que viene dado por el personaje, por sus sueños y deseos más ocultos, por la sublimidad en que éstos se expresan, por la emoción que nos deja atónitos en la oscuridad. Ambos, la elocuencia y el significado, son necesarios para que la historia que te están contando te llegue de verdad. 


Porque una cosa es una película muda y otra muy distinta es una película que no te dice nada. Y The Artist, al menos para mí, pertenece desgraciadamente a los dos grupos. 


El silencio del cine.

1 comentario:

  1. Firmaría de buena gana esta reseña, quiero decir la hago mía, porque esas son las razones precisamente por las que no me gusta para nada una película como The artist.

    Saludos
    Roy

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