martes, 26 de junio de 2012

Cosmopolis

Hay que ir a ver Cosmopolis, la última película de David Cronenberg, por muchos motivos, pero básicamente por tres: una escena de sexo con Juliette Binoche en una limusina, una escena de sexo con Patricia McKenzie en la habitación de un hotel, y un diálogo altamente sexual con Emily Hampshire de nuevo en el interior de la limusina. Visto así el asunto, uno se puede pensar que esta película va de sexo, pero no. Como en otras obras de Cronenberg, esta película va de otra cosa. En este caso del poder y sus consecuencias: el poder y el sexo; el poder y la destrucción. Con esta adaptación de la novela de Don Delillo, Cronenberg vuelve a viejas obsesiones estilísticas y temáticas, después de un paréntesis marcado por sus trabajos con Vigo Mortensen. Es decir, que vuelve el Cronenberg excesivo. Vuelve el Cronenberg altamente estimulante. Quizás sea el único director actual respetado por la crítica cuya obra puede sernos vendida usando el eslogan de    una película de serie B: "¡Coitos morbosos, distopias furibundas, mutilaciones indigestas, pantallas diabólicas y más!". Pasen y vean. 



Cosmopolis recrea un día en la vida de Eric Packer (Robert Pattinson), un joven multimillonario que necesita (atención guionistas) un corte de pelo, y que, para lograrlo, tendrá que cruzar la ciudad en una fecha llena de efemérides. A la visita del Presidente, se une el funeral de un rapero, además de diversas manifestaciones violentas por los alrededores de Time Square. Todos éstos sucesos hacen que el tráfico avance a la misma velocidad que un anciano con reuma. Packer realizará este viaje en una limusina, que para eso está forrado, y en ella se irá reuniendo con distintos personajes, los cuales irán apareciendo y desapareciendo con la misma brusquedad con la que una imagen en una pantalla cambia al pulsar un botón. Para Cronenberg, el momento de la llegada y el de la despedida no parece importar, no en vano son estos los momentos más sentimentales de cualquier encuentro, así que él los elimina con una serie de efectivas, si desconcertantes, elipsis. Todo esto parece cuadrar a la perfección con la realidad enajenada y algo androide de Packer. El mundo de la limusina es compacto y concentrado como una caja de herramientas. Como una caja de herramientas, es algo confuso. Por sus asientos irán pasando un genio de la informática, una marchante de arte (con la que Packer folla), una teórica de las finanzas, un doctor (que le practica a Packer un examen de próstata), una jefa directiva. En la sucesión de vis-a-vises entre Packer y sus interlocutores, uno puede entrever el mundo agonizar fuera de la limusina, bien a través de sus cristales tintados, bien a través de la pantalla del monitor, mientras dentro se habla de sexo, arte, fe, mercado, cáncer,... cualquier cosa con tal de matar el tiempo entre el ahora y la visita al barbero. Entre medias, Packer tiene tiempo de encontrarse con su mujer Elise (Sarah Gadon), concretamente para el desayuno, el almuerzo y la cena, y hablar de las ganas que tiene de follársela ya que, os lo creáis o no, el matrimonio de Packer no está aún consumado. Y luego, vuelta a la limusina, lugar en el que transcurre casi 2/3 de la película. Si Hitchcock situó su película Lifeboat en una balsa en medio del océano,  la limusina de Cosmopolis es el medio de locomoción perfecto para explicar el naufragio existencial de su protagonista.  



Por supuesto hay momentos en los que la película, como la limusina, se relentiza, principalmente por un diálogo que en ocasiones puede resultar plúmbeo, grotesco, pedante, impersonal, y que contiene joyas del tipo: "Una persona se alza en una palabra y se derrumba en una sílaba", "somos gente de mundo: necesitamos comer y hablar", o "todo es un escándalo. Morirse es un escándalo si uno no sabes cómo hacerlo". Pero todo este fraseado no es más que un efecto secundario de una adaptación demasiado fiel al original literario, y que, bien pensado, sirve para realzar la realidad en la que viven Packer y su cuadrilla,  ahogados por eslóganes y datos estadísticos. Lo  verdaderamente impresionante es el fresco sobre el mundo actual que Cronenberg (y Delillo en 2003) ha logrado levantar. De tal forma que hay momentos en los que no se sabe si estamos viendo una película o un diario de sobremesa.


Esta sintonía con el presente sorprende especialmente en la escena en la que Packer es atacado con una tarta por el manifestante André Petrescu (Mathieu Amalric) y que recuerda a la tarta que recibió no hace mucho el también millonario y desalmado Rupert Murdoch. Las tartas son armas cargadas de futuro. Pues eso. Y así, entre la sorpresa y la logorrea, entre la jodienda y el matrimonio, Packer avanza hacia su destino,  donde le esperan un barbero y un asesino. Y hasta aquí puedo leer. 


Por supuesto que esta puesta en escena tan actual, tan fría y desapasionada, no hubiera sido posible sin sus actores, muy buenos todos. Si tuviera que señalar a uno con el dedo, señalaría a Robert Pattinson, que en esta película compone a un vampiro real, de carne y hueso, y domicilio en Manhattan.


En definitiva, Cosmopolis resulta una película difícil, a la vez que urgente y necesaria. Por lo que vale un corte de pelo, bien te puedes dar un paseo por el lado más decadente de la vida.



1 comentario:

  1. Otra criatura pretenciosa del Sr. Cronenberg (por qué no seguir el camino de 'Promesas del Este'?), perdido en sus masturbaciones capitalistas y apocalípticas disfrazadas de vampiros...

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