Cosmopolis recrea un día en la vida
de Eric Packer (Robert Pattinson), un joven multimillonario que necesita
(atención guionistas) un corte de pelo, y que, para lograrlo, tendrá que cruzar
la ciudad en una fecha llena de efemérides. A la visita del Presidente, se une
el funeral de un rapero, además de diversas manifestaciones violentas por los
alrededores de Time Square. Todos éstos sucesos hacen que el tráfico avance a
la misma velocidad que un anciano con reuma. Packer realizará este viaje
en una limusina, que para eso está forrado, y en ella se irá reuniendo con distintos
personajes, los cuales irán apareciendo y desapareciendo con la misma
brusquedad con la que una imagen en una pantalla cambia al pulsar un botón.
Para Cronenberg, el momento de la llegada y el de la despedida no parece
importar, no en vano son estos los momentos más sentimentales de cualquier
encuentro, así que él los elimina con una serie de efectivas, si
desconcertantes, elipsis. Todo esto parece cuadrar a la perfección con la
realidad enajenada y algo androide de Packer. El mundo de la limusina es compacto
y concentrado como una caja de herramientas. Como una caja de herramientas, es
algo confuso. Por sus asientos irán pasando un genio de la informática, una
marchante de arte (con la que Packer folla), una teórica de las finanzas, un
doctor (que le practica a Packer un examen de próstata), una jefa directiva. En
la sucesión de vis-a-vises entre Packer y sus interlocutores, uno puede
entrever el mundo agonizar fuera de la limusina, bien a través de sus cristales
tintados, bien a través de la pantalla del monitor, mientras dentro se habla de
sexo, arte, fe, mercado, cáncer,... cualquier cosa con tal de matar el tiempo
entre el ahora y la visita al barbero. Entre medias, Packer tiene tiempo de
encontrarse con su mujer Elise (Sarah Gadon), concretamente para el
desayuno, el almuerzo y la cena, y hablar de las ganas que tiene de follársela
ya que, os lo creáis o no, el matrimonio de Packer no está aún consumado. Y
luego, vuelta a la limusina, lugar en el que transcurre casi 2/3 de la película. Si Hitchcock situó su película Lifeboat en una balsa en medio del océano,
la limusina de Cosmopolis es el medio de locomoción
perfecto para explicar el naufragio existencial de su protagonista.
Por supuesto hay momentos
en los que la película, como la limusina, se relentiza, principalmente por un
diálogo que en ocasiones puede resultar plúmbeo, grotesco, pedante, impersonal,
y que contiene joyas del tipo: "Una persona se alza en una palabra y se
derrumba en una sílaba", "somos gente de mundo: necesitamos comer y
hablar", o "todo es un escándalo. Morirse es un escándalo si uno no
sabes cómo hacerlo". Pero todo este fraseado no es más que un efecto
secundario de una adaptación demasiado fiel al original literario, y que, bien
pensado, sirve para realzar la realidad en la que viven Packer y su cuadrilla,
ahogados por eslóganes y datos estadísticos. Lo verdaderamente
impresionante es el fresco sobre el mundo actual que Cronenberg (y Delillo en
2003) ha logrado levantar. De tal forma que hay momentos en los que no se sabe
si estamos viendo una película o un diario de sobremesa.
Esta sintonía con el presente sorprende especialmente en la
escena en la que Packer es atacado con una tarta por el manifestante André
Petrescu (Mathieu Amalric) y que recuerda a la tarta que recibió no hace
mucho el también millonario y desalmado Rupert Murdoch. Las tartas son armas
cargadas de futuro. Pues eso. Y así, entre la sorpresa y la logorrea,
entre la jodienda y el matrimonio, Packer avanza hacia su destino, donde
le esperan un barbero y un asesino. Y hasta aquí puedo leer.
Por supuesto que esta puesta en escena tan actual, tan fría y desapasionada, no hubiera sido posible sin sus actores, muy buenos todos. Si tuviera que señalar a uno con el dedo, señalaría a Robert Pattinson, que en esta película compone a un vampiro real, de carne y hueso, y domicilio en Manhattan.
En definitiva, Cosmopolis resulta una
película difícil, a la vez que urgente y necesaria. Por lo que vale un corte de
pelo, bien te puedes dar un paseo por el lado más decadente de la vida.
Otra criatura pretenciosa del Sr. Cronenberg (por qué no seguir el camino de 'Promesas del Este'?), perdido en sus masturbaciones capitalistas y apocalípticas disfrazadas de vampiros...
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