lunes, 6 de agosto de 2012

Woman in a dressing gown

Estrenada por primera vez en 1957, Woman in a dressing gown no llegó nunca a las pantallas españolas, cosa que no es de extraña. Y no porque trate el tema del divorcio, el cual no casaba muy bien con la idea de la familia que la dictadura franquista quería imponer a sus ciudadanos. El germen subversivo de Woman... reside en mostrar un ama de casa desastrosa, despeinada y descontenta con su vida. La imagen opuesta al prototipo de madre de familia que uno ha visto tantas veces en el cine. Porque así es, ni más ni menos, como se muestra nuestra heroína: como una mujer al borde de un ataque de nervios y, encima, con la casa por barrer. 

Pionera tanto del free cinema como de los kitchen sink dramas (obras de teatro inglesas de espesa carga social y doméstica), Woman... tuvo un gran éxito en las pantallas británicas e incluso cosechó premios tan prestigiosos como el Oso de Plata a la mejor actriz (Yvonne Mitchell, en el papel de Amy Preston) y el Golden Globe a la mejor película extranjera de habla inglesa. Vista hoy en día, Woman... no ha perdido un ápice de su fuerza melodramática, aunque formalmente se nos ha quedado un poco kitsch. O sea, que, a ratos, es encantadoramente mala. Lo que no quiere decir que necesite de nuestra indulgencia para poder disfrutarla. Porque uno ya lleva mucho Almodóvar en el cuerpo y sabe que  en la pantalla el kitsch y el ama de casa go together like horse and carriage. 


Señora en bata de guatiné
Inglaterra, años 50. La vida es una tostada quemada y una radio a máximo volumen. Los Beatles aún no han llegado a la pubertad y la tele aún no ha llegado a los hogares. Los domingos son tan aburridos que Jim Preston (Anthony Quayle) deja a su mujer Amy con los platos sucios y las camisas arrugadas, y, alegando una excusa laboral, se escapa a pasar el día con su amante Georgie (Sylvia Syms). Georgie no se parece en nada a Amy: es más joven, es una profesional (compañera de trabajo de Jim para más señas), y tiene las ideas bastante claras. Es por eso que Georgie le da un ultimatum a Jim, y le dice que si quieres mojarla te tienes que mojar, bonito, o tu mujer o yo. Y a Jim, Jimbo para su esposa, no le quedará más remedio que pedirle a ésta el divorcio.


La cárcel del amor
La acción de Woman...es casi anecdótica y sucede en poco más de 48 horas. Tiempo suficiente para que un hogar se rompa y se recomponga como por arte de birlibirloque. Su fuerza melodramática reside en ese tiempo condensado, que no da lugar a que las pasiones y los resentimientos languidezcan. Y las interpretaciones, especialmente las del elenco femenino, ofrecen eso que llaman tour de force, expresión también conocida como "están que se salen". Yvonne Mitchell interpreta a su personaje con la exacta dosis de cercanía y vulnerabilidad. Casi se la puede considerar como una precursora de las heroínas de Mike Leigh. Hay una particular escena en la que Amy acude a un salón de belleza a hacerse un peinado nuevo y, al salir, se debe de enfrentar a un chaparrón, en la que Mitchell transmite sin estridencias todo el dolor oculto que hay en un peinado que se estropea. Poesía de las pequeñas cosas. Y luego, por supuesto está el enfrentamiento con el marido y su querida, donde se ventilarán los trapos sucios con un desgarro visceral. Desgraciadamente, toda la fuerza de la película se desbarata en ese final demasiado mojigato donde el marido vuelve a casa y elige la rutina familiar sobre la aventura del amor. 

J. Lee Thompson, un director con una carrera bastante ecléctica cuyo punto álgido fue Cape fear, dirigió Woman... con cierta torpeza que no pasa inadvertida. Hay un primer plano de Sylvya Syms que da casi tanto miedo como los primeros planos de Cape fear. Este error, en una actriz de la belleza de Syms, resulta imperdonable. Y luego hay unos encuadres donde se le da más protagonismo a los muebles y a los bibelots que a los protagonistas. Es como si  Thompson se estuviera preguntando al dirigir: "¿Cómo lo habría hecho un ama de casa?". 

Aún así, Woman in a dressing gown gusta y, sin llegar a ser un homenaje a las amas de casa, uno no puede dejar de sentir admiración por el retrato que aquí se hace de ellas, las heroínas domésticas que son las que le da sentido a la palabra hogar.

1 comentario:

  1. Desde luego si hay un rey de la irregularidad ese es J. Lee Thompson. Aunque ésta no la he visto, así que tomo nota.

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