miércoles, 7 de noviembre de 2012

Barbara

¡Viva Alemania! Esta exclamación, que en el contexto político actual podría sonar a reaccionaria, aquí, en este catecismo personal de filias y fobias, suena a lo que realmente es: una manera bastante chusca de remediar un olvido injusto.  ¿Por qué nunca hablamos del cine alemán? ¿Acaso no es, junto con el italiano, la gran esperanza audiovisual europea del siglo XXI? El cine francés es demasiado autocomplaciente, el británico demasiado americano, el español es una entelequia. Y aquí está Alemania, haciendo películas con la misma eficiencia con la que hacen coches, con planteamientos originales, con lucidez histórica, con variedad temática y estilística, con gancho comercial. Ya es hora de poner remedio a esta injusticia. Me calo la boina y me miro al espejo: "Ich bin ein Berliner". El espejo me responde con la misma monserga de siempre: "Are you talking to me?". "¿A quién si no, hijo, a quién si no?"

Barbara, la película que nos ocupa hoy, está afiliada a los parámetros estéticos de la Escuela de Berlín, una corriente cinematográfica que nos ha dado películas que aspiran a ser seriotas y trascendentales. No en vano, Barbara está dirigida por Christian Petzold, uno de los primeros directores a los que se vinculó a esta corriente, y cuya carrera cinematográfica ofrece un claro ejemplo del espectro de resultados que se puede esperar de aquella. En el peor de los casos, uno se puede hallar con películas encorsetadas y recalcitrantes -según palabras del director Oskar Roehler-; en el mejor, el espectador descubrirá que, a pesar de una puesta en escena sobria, una película puede enganchar por la simple fuerza de sus personajes, normalmente seres atormentados por tribulaciones de diversa índole.

En este caso nos encontramos con Barbara (Nina Hoss), una médico recientemente liberada tras una temporada en prisión, que es enviada a un Hospital provincial,  un lugar donde podrá tanto ejercer su profesión como, en cierta forma,  seguir cumpliendo condena. Estamos en 1980, y Barbara está en el ojo de mira de la Stasi, la policía secreta de la Alemania del Este. Muy pronto se pondrá también, aunque por motivos diferentes, en el ojo de mira de André (Ronald Zehrfeld), médico jefe del Hospital, soltero y buena gente. Barbara le ignora, por supuesto, porque tiene otras cosas en mente, entre ellas un amante secreto y una posibilidad de escapar a Dinamarca  de manera clandestina. Con un panorama así, y teniendo a la Stasi haciendo visitas sorpresas a su apartamento, lo último que tiene Bárbara en mente es devolver las miradas de cordero degollado que le lanza André. Pero todo se andará, porque un Hospital es un lugar muy romántico, por donde pululan enfermos como Stella, una chica escapada de un campo de concentración cercano, o Mario, un paciente al que habrá que operar a vida o muerte. 



Dirigida con una sobriedad casi monacal, la película de Petzold podría ser vista como un discurso complementario al de La Vida de los Otros. Aunque ambas nos hablan de la Stasi y están ambientadas en los años 80, las realidades que nos dibujan se hallan fuertemente diferenciadas por la dicotomía campo-ciudad. Si en La Vida... se nos mostraban los avanzados dispositivos de espionaje de la Stasi, en Barbara el agente de turno es un vecino amargado, que vive no lejos de su víctima. Si la capital era el ámbito de los intelectuales con sus paranoias y ideas progresistas de libertad, la provincia es el lugar de los médicos rurales y la heroicidad callada del día a día. Más importante aún, si los motivos de Dreyman, uno de los protagonista masculinos de La Vida..., para escribir un artículo denunciando las tasas de suicidio en la Alemania del Este, tienen bastante que ver con la consolidación de su prestigio como intelectual, los motivos de Barbara, nuestra protagonista femenina, para colaborar con el Oeste, obedecen más a un ciego sacrificio por amor. Y también, todo el drama que contiene La Vida... -al menos hasta la caída del Muro- está expresado con diálogos y acciones porque es así como el agente Wiesler (ojos y orejas) se informa de lo que sucede a su alrededor. El drama de Barbara, que también es tremendo, está contado principalmente desde las miradas y los silencios de sus protagonistas. El dolor y la humillación son más implícitos.


Mención especial merece Nina Hoss, actriz de una belleza majestuosa, que aquí compone un personaje difícil, tan enigmático como antipático, y que seducirá al espectador al ir mostrando poco a poco la fragilidad que se oculta tras el escudo de dureza de sus facciones. La última decisión de Barbara, su último acto heroico, está también lleno de ambigüedad. ¿Sacrifica todo su futuro por salvar a Stella? ¿O realmente siente algo por André y quiere darle una oportunidad a esta relación? ¿O se ha dado cuenta de cuán necesaria es su labor en el Hospital? Barbara deja elocuentemente todas estas preguntas sin respuesta, dejando todo el misterio en el corazón de su protagonista. Hay cosas que ni la Stasi podrían llegar nunca a saber.

2 comentarios:

  1. La tengo durmiendo en mi disco duro desde hace un par de semanitas. Creo que tu post ha sido el empujón definitivo para que me decida a verla cuanto antes.

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  2. Bueno, pues espero que te guste.

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