jueves, 1 de noviembre de 2012

Berberian Sound Studio

¿Cuánto miedo puede provocar una coliflor? Para divagar sobre esta pregunta, Peter Strickland nos trae su segundo largo, Berberian Sound Studio, tres años después de la aclamada Katalin Varga. Si su ópera prima estaba situada en Rumanía, en una región perdida de los Cárpatos, esta Berberian... centra su acción en Italia, concretamente en un estudio de doblaje en los años 70. Parece como si Strickland, aún siendo británico, insistiera en insuflar sus películas de un aire continental. Lo que no deja de resultar cuando menos extraño porque tanto Katalin... como Berberian... están hechas con una sensibilidad marcadamente británica, ésto es, gótica, y uno se puede  acercar a ellas con la misma expectación con la que se acercaría a una casa encantada: esperando ser maravillado y horrorizado a partes iguales. 

El argumento de BSS es nimio, casi anecdótico. Gilderoy (Toby Jones) es un ingeniero de sonido británico que ha sido contratado por un productor italiano sin escrúpulos (Cosimo Fusco) para grabar todas las pistas de audio de una película gallio tituada "The Equestrian Vortex". Gilderoy es un señor maduro, apocado, y que no habla ni una palabra de italiano. Hay un malentendido, y Gilderoy se queda sin el reembolso que le habían prometido por su vuelo a Italia. A medida que Gilderoy se va involucrando más en el proyecto y se va hundiendo más en una situación kafkiana al intentar recuperar el dinero de su billete, la realidad, esa gran desconocida, irá, poco a poco, difuminando sus límites. 


Con estos elementos, Strickland nos propone un juego perverso, cargado de una atmósfera claustrofóbica a más no poder. Nada que ver con los paisajes sobrecogedores, llenos de niebla mística, de Katalin Varga. En Berberian Sound Studio sabemos que estamos en Italia porque los personajes hablan italiano y porque hay un crucifijo en la cabina del estudio. Este enclaustramiento perenne  da una idea de cuan restringida se halla la libertad de Gilderoy, el cual se halla totalmente cohibido por la triple barrera del idioma, la idiosincracia, y el punto de vista artístico. Gilderoy es un señor británico acostumbrado a hacer documentales sobre la naturaleza y "The Equestrian Vortex" es un engendro demoníaco perpetrado por un grupo de latinos más interesado en meterle mano al elenco femenino que en otra cosa. Este retrato del mundo de la farándula no cuenta nada que no sepamos ya. Que hay mucho mamoneo y que la gente está muy desquiciada. Mientras tanto, nuestro pobre Gilderoy reafirmará su identidad con esos sonidos que va creando para la pesadilla: los chillidos, las quemaduras, los descuartizamientos.

A Strickland se le nota la cinefilia a la legua, y ya se sabe que la cinefilia, como todas las filias, suele obedecer a cierto impulso o desviación sexual. En este caso, Strickland muestra una fijación casi pornográfica por colarnos primeros planos de objetos, con el único fin de resaltar su funcionamiento. Las agujas, las bobinas, los micrófonos. El guión técnico. El cine dentro del cine que, en este caso, lleva el adverbio dentro hasta sus últimas consecuencias. Strickland nos muestra el esqueleto de la película, que es lo que realmente da miedo. Nada de películas gallio. El terror está en las cabinas llenas de humo, en las tomas no válidas, en los aparatos que graban el terror. En su estructura episódica, Berberian Sound Studio irá fluctuando de este terror al suspense, del suspense al humor, del humor al homenaje. La mayor parte de la película recuerda a un enorme juego de Fisinova, donde uno ve cómo se hacen los experimentos que reproducen la magia del mundo. Las hortalizas partidas por la mitad, el zumo de tomate, y asi. 

La imaginería deconstructivista está muy lograda. La historia, no tanto. Es una lástima que, a medida que avanza -y quizás por querer aprovechar hasta sus últimas consecuencias esa atmósfera claustrofóbica y de terror-, Berberian Sound Studio se vaya haciendo más insoportablemente rarita.

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