jueves, 29 de noviembre de 2012

Holy Motors

"La belleza de un acto se encuentra en el ojo del espectador"
HOLY MOTORS

Hay ciertas películas que son como una droga. Consumirlas constituye una experiencia única, gracias a la cual descubrimos la realidad desde una perspectiva nueva y diferente a como la habíamos conocido hasta entonces. El despertar sensorial, la estimulación intelectual, el desbordamiento de la imaginación y la memoria son efectos que, en última instancia, serán vividos o no según la predisposición subjetiva que el espectador tenga hacia ciertos paraísos artificiales. A Woody Allen, por ejemplo, la farlopa le hacía estornudar. Pienso en el cine de arte y ensayo, el gran mercado negro para este tipo de películas. Puras, adulteradas, naturales, de diseño. En los últimos años he tenido ocasión de trapichear con el opio soporífero de Apichatpong Weerasethakul, la ayahuasca metafísica de Terrence Malick, el éxtasis de diseño de Gaspar Noé. No siempre producieron el efecto deseado, no siempre le sentaron bien a este cuerpo ya tan echado a perder. Pero ese es el riesgo que se corre cuando uno se da un garbeo por el lado más bestia del cine. En la jerga que utilizamos en mi barrio, a la droga, ya sea esnifada, chutada, fumada o chupada, se la conoce como mierda. "Está así por to la mierda que se mete", "Esto ni es mierda ni es ná", o, "Prueba esta mierda que vas a flipar". Es con esta última frase, descarada, generosa, epicúrea, callejera, con la que me gustaría introducir Holy Motors, la última creación del director francés Leos Carax. 



"Tengo un plan: volverme loco"
HOLY MOTORS


Con un pie en la tradición más académica y el otro en la innovación más transgresora, el cine de Leos Carax se erige como un heredero directo tanto del Surrealismo como de la Nouvelle Vague, al ejemplificar como pocos, en sus inclasificables películas, algunos de los principios, tics e intenciones de ambos movimientos. Carax es un auteur en toda regla, dueño de una mirada inconfundible, creador de un universo personal, aunque básicamente francés, donde el amor fou, la joie de vivre y un je ne sais quoi esencialmente fatalista se combinan para tejer historias tan vibrantes como irritantes. En su cine, la imaginación predomina por encima de la razón, y el juego (o la gamberrada o la anarquía) por encima del orden. Siendo su apuesta una apuesta total por el Arte, no es de extrañar que, a veces, las intenciones de Carax parezcan estar difuminadas entre la valentía y la desfachatez. Reconozco que a mí me ha maravillado y me ha dejado perplejo a partes iguales, a veces durante la misma película, a veces durante la misma escena, lo que, por supuesto, no le debe restar mérito alguno. Antes bien, al contrario. Con Holy Motors, sin embargo, me he quedado completamente enganchado a una experiencia que es esencialmente cinematográfica, pero que va más allá, porque es también un happening, una deconstrucción onírica, una visión mística, una alucinación dramatúrgica, y tantas otras cosas más. Tronco, mira las luces. Centrémonos, por favor. ¿Quién quiere un poco de Holy Motors?

Veamos, el señor Leos Carax se despierta una noche -duerme con su perro-, enciende un cigarrillo y se levanta, un poco zombi todavía. Se encuentra, a todas luces, en la habitación de un hotel. Al abrir las cortinas descubre que el hotel se halla junto a un aeropuerto. En el audio, como es lógico -como será lógico en esta película-, se oyen los graznidos de las gaviotas y el pitido de los buques. ¡Ay, Leo! ¿Qué nos vas a dar? Pues esto: voy a abrir una puerta secreta con una llave que está hecha de carne y hueso porque es una extensión de mi dedo índice, y os voy a mostrar algo que nunca habíais visto antes, y si ya lo habíais visto me da igual y no importa. Llegados a este punto (minuto 3.45  o así de la película) al espectador le quedan dos alternativas: aceptar las reglas de un juego irracional y disfrutarlo o resignarse a pasar una velada quizás demasiado chocante para su gusto. El protagonista total de Holy Motors es un tal Monsieur Oscar (interpretado por un proteico e inconmensurable Denis Lavant) quien se pasea por París en una limusina/camerino, adoptando diversas identidades a lo largo de lo que parece ser un día de trabajo. Parte del misterio de Holy Motors reside en la incógnita de quién es realmente este señor. ¿Se trata de un dios, de un demiurgo o es simplemente un actor francés? En una sucesión de escenas que no dan tregua (con un estimulante interludio musical incluido), Monsieur Oscar dará vida a, entre otros personajes, un señor de negocios que abandona su casa por la mañana temprano, una anciana que pide limosna en un puente de París, una especie de duende maligno, priápico y terrorista llamado Merde, un asesino asesinado, un padre que recoge a su hija adolescente de una fiesta, un anciano moribundo... Monsieur Oscar no se limita a interpretar estos personajes ante nuestros ojos, sino que se convierte realmente en ellos durante un breve intervalo de tiempo, para luego abandonarlos y convertirse, en carne y hueso, en el siguiente. Digamos que su puesta en escena tiene menos de Mortadelo que de Zelig. Al final de la jornada, y tras un largo periplo por catacumbas, garages y lechos de muerte, Monsieur Oscar volverá a su hogar donde le esperan sus seres queridos: un grupo de primates. Y Céline (Edith Scob), su chófer y secretaria, devolverá la limusina a un inmenso parking de los suburbios que ostenta el misterioso nombre de "Holy Motors".



"Creo que me resfrié al matar al banquero"
HOLY MOTORS

Paradójicamente, resulta difícil resistirse a la búsqueda de un sentido en una película que quizás carezca totalmente de este. Trabajo inútil porque en el caso de Holy Motors el sentido es lo de menos. Al menos desde un punto de vista narrativo. Como obra poética, en cambio, Holy Motors tiene cualquier sentido que le quiera dar el espectador. Porque la realidad poliédrica, sorprendente e inagotable que nos regala se presta al juego de las libres asociaciones. No en vano, Holy Motors puede ser vista como un genial e inmenso cadáver exquisito, un poema visual surrealista creado colectivamente donde cada uno de los participantes añade una secuencia sin tener idea de lo añadido por el participante anterior. En este caso el resultado es una de las mejores películas del 2012 (la mejor según Cahiers de Cinema, quién si no): irreverente, brutal, desternillante, única. Un discurso alegórico sobre el proceso de creación. Una carta de amor rabioso al cine. Una colección de tomas falsas de la película Cosmopolis. Una droga nueva, psicotrópica y fulminante que provoca en sus consumidores midriasis y una rara alegría de estar vivos. No se pierdan esta mierda.
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3 comentarios:

  1. Si Carax a veces ha acertado o se ha acercado al blanco, no es desde luego con 'Holy Motors'. ¡¡¡Vaya pedazo de caca pretenciosa!!! Un saludo

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  2. Ja, ja, ja. Ese veredicto se lo daría yo gustosamente a muchas películas francesas, pero no precisamente a esta. Para gustos, colores. Un saludo

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  3. Anónimo19/4/13

    Carax se cree mas listo que el espectador y su pretenciosidad le lleva al ridiculo.Vamos una basura rodada magistralmente.

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