sábado, 23 de febrero de 2013

The Master

Paul Thomas Anderson es un cineasta al que un servidor idolatró durante una época -allá por los años 90, cuando ir al cine era algo así como una orgía perpetua-, no por su virtuosismo tras la cámara o por su eficacísima dirección de actores, sino por la temática que trataba en sus películas. Anderson hablaba del sexo y de la muerte con un desparpajo inusitado, utilizando una imaginería tan desbordante como íntima, tan innovadora como reivindicativa de la tradición. Claro está que eran los 90, y casi otro tanto se podía decir de Fincher,  Jonze o Tarantino, pero uno no ve todos los días el nacimiento de una filmografía con la imagen de Julianne Moore follando y poniéndose hasta el culo de coca. Uno no recibe todos los días lecciones valiosísimas para su incipiente educación sentimental.  

Ha pasado el tiempo, hemos crecido y el cine de PTA también se ha hecho mayor. Ya no hace películas corales ni urbanas. Es lo que normalmente sucede, uno madura, deja la ciudad y se muda al extrarradio. En el caso de PTA, concretamente, al desierto. Y en este paisaje agreste, lleno de predicadores, el cine de PTA se ha sublimado, se ha hecho más magro, como más contaminado de efluvios bíblicos, lo cual quizás no le venga nada mal si pensamos que todas sus películas, con la excepción quizás de la astracanada que es Punch Drunk Love, exploran los claroscuros, los altibajos,  los tomaydacas de  las relaciones paternofiliales. ¿Acaso no tenía Frank Mackey (el personaje interpretado por Tom Cruise en Magnolia) un padre distante que se estaba muriendo de cáncer? ¿Y no era Boogie Nights algo así como la parábola del hijo pródigo, siempre y cuando el hijo pródigo tuviera la polla más larga de la industria del porno? ¿Y no es There will be Blood la historia del antipadre (el Plainview interpretado por Daniel Day Lewis) y el antihijo (los gemelos Sunday interpretados por Paul Dano)? A pesar de la diferencia en registros, épocas y puntos de vistas, la filmografía de PTA es de una coherencia intachable.


 
En The Master volvemos a encontrar esa dinámica de amor-odio que mueve las relaciones que se establecen entre tantos personajes Andersonianos. Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un ex-marine borrachuzo y rijoso,  lleva una vida a la deriva en la América de la posguerra mundial. Todas sus intenciones consisten en coger cogorzas con los menjunjes que él mismo se prepara y en follar, o pensar en follar, twentyfourseven. Es un personaje que da casi tanto asco como el Plainview de There will be Blood. La vida errática de Freddie dará un giro de 180 grados cuando se cruce en el camino de Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), un señor que se proclama a sí mismo como médico, escritor, físico nuclear y filósofo, y que es el líder de un movimiento pseudoreligioso conocido como la Causa. Se ha hablado ya de que el personaje de Dodd está basado en Ron Hubbard, el fundador de la Cienciología. Pues bien, The Master puede ser visto como la historia fallida de un lavado de cerebro. A lo largo de su relación con Dodd, Freddie irá pasando por distintos estados anímicos: admiración, convencimiento, fe, descubrimiento y desengaño, mientras  va reconociendo y asumiendo sus propios demonios interiores.  

Habrá quién, con toda la razón del mundo, hable del duelo actoral entre Phoenix y Hoffman como una de las grandes bazas de la película, si no la mayor. A mí, sin embargo, ese sintagma, duelo actoral, me suele dar repelús, ya que me hace pensar en actuaciones pomposas, ecuánimes, previsibles. Y esto tiene menos que ver con el método utilizado por los actores para interpretar sus papeles, que con la naturaleza encorsetada de sus personajes. Entre la grandilocuencia de Dodd y el desgarro de Freddie, entre la interacción del padre dominante con el hijo rebelde,  pocos momentos hubo en que se me pusiera la carne de gallina, pocos granos de arena se me metieron en los ojos, por mucho desierto que apareciera en pantalla.   


En fin, que The Master, a pesar de ser una película grandiosa -y pienso en su fotografía en 65mm, en su diseño de época- a mí me parece una película fallida. Después de tanto sermón de Dodd y de tanto mohín de Freddie, uno acaba harto de la fealdad y el aburrimiento de la vida adulta. Por supuesto la culpa de esto es mía,  por sentimental. Y es que uno no puede dejar de echar de menos la exuberancia incandescente de la juventud.

2 comentarios:

  1. Hacía tiempo que no veía una película que polarizara tanto las opiniones. No hay términos medios con ella...... y yo, sin verla, con lo que me gustan las cintas de este hombre. tengo que eocntrar un hueco ya.

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    1. Bienvenido a este blog. Yo creo que si está más interesado en los aspectos técnicos de una película, ésta posiblemente no le defraudará. La dirección de actores, la fotografía, la música,... todo es impecable. Ahora bien si lo que busca es una historia que le arrebate, agárrese bien a la butaca porque lo mismo se cae de ella. Gracias por visitarme.

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