domingo, 12 de junio de 2011

13 Assasins

Hay personajes cinematográficos que nacen de una tradición popular y son, por tanto, un arquetipo característico del pueblo que los crea y los consume. Así, en América está el Pistolero, en España la Folklórica y en Italia tienen a Jaimito. En Japón, cuna del karaoke, tienen al Samurái.

Una película de samuráis es algo más que un puñado de japoneses calvos en kimono destrozando tatamis y puertas correderas. La sangre derramada en estas películas nos habla de venganza, justicia, honor y destrucción. En Japón forman parte de un género cinematográfico conocido como ´jidaigeki`, que quiere decir drama histórico. Estas películas suelen estar ambientadas en el periodo Edo de la historia de este país, periodo que va desde el siglo XVII al XIX, y que ha sido inspiración de obras maestras como Los siete samuráis, La espada del mal, o incluso la primera versión de 13 Assasins, del director Kudô Eichi.  Vida salvaje la de Japón. Vida que no es fácil vivir, y menos aún de poner en escena con el nervio y la inmediatez de las batallas bien hechas y mejor acabadas.

La violencia, cuando va acompañada de ritmo y clímax, se puede confundir con la música, con su inefable fascinación.

De Takashi Miike había visto antes Audition, que era una película de terror psicológico en la que aparecía un saco lleno de miedos. Partiendo de una premisa sugerente (el viudo maduro que decide hacer una audición para encontrar una nueva esposa) este film acababa convirtiéndose en una pesadilla grasienta y confusa, que pesaba un poco en el ánimo pues no conducía a ningún sitio. Por esa película uno podía intuir que Miike es un tipo con una visión un poco oscura de la existencia, impresión que aparece confirmada en el retrato del Japón feudal que aparece en 13 Assasins.
Estamos en el siglo XIX, casi al final del periodo Edo, y la población vive atemorizada por la violencia del hermano del Shogun, el sádico Lord Naritsugu (Inagaki Goro). Sanguinario, caprichoso, cruel y narcisista,  Naritsugu es el malo de la película, un hijo de puta como dios manda. Preocupado por la inestabilidad política que las acciones de éste puedan traer al Shogunato, el oficial Sir Doi se reúne secretamente con Shinzaemon Shimada (Yakusho Kôji) y le convence para llevar a cabo la peligrosísima misión de acabar con la vida de Lord Naritsugu, antes de que sea demasiado tarde.
La primera escena de la película nos muestra un ritual de harakiri, perpetrado por un noble que ha sido humillado por Naritsugu. Con una escena inicial tan impactante, las expectativas del espectador se ponen por las nubes. Y no quedan defraudadas, porque 13 Assasins no da tregua.

Cuidadosamente diseñada en un progresivo vórtice de violencia hasta la magnífica traca final, 13 Assasins puede ser vista (como tantas otras películas de samuráis) como una maquinación shakesperiana. En este caso, el casting de los asesinos, seguido de su entrenamiento, y de la preparación de una emboscada para Naritsugu y sus hombres, donde una aldea es transformada en un escenario letal lleno de trampas y callejones sin salida, sirven para poner de relieve el paralelismo, que tanto gustaba al bardo, entre la vida y el teatro. Pero los protagonistas de 13 Assasins carecen de profundidad dramática y son, básicamente, máquinas de matar. Esto es necesario en una película de acción que se vanagloria de una batalla que dura más de 40 minutos. La mayoría del peso moral, es decir, del matiz épico de la acción, recae en el personaje de Shinzaemon, el cual es completamente consciente no sólo de la maldad impune de Naritsugu sino del carácter suicida de su misión.
También cabe destacar el papel del campesino Kiga Koyata, encontrado en un bosque por nuestros protagonistas y que, al unirse al grupo, forma el asesino número 13. Su carácter insolente y asalvajado recuerdan al Kikuchiyo interpretado por Mifune en Los siete samuráis.


Algunos seguidores del cine de Miike le han criticado el haberse pasado con esta película al cine de palomitas. Echan de menos su condición de efant terrible, su habilidad para hacer películas difíciles de digerir y aún más difíciles de clasificar. Pero 13 Assasins no defrauda, da más de lo que promete, y es un buen ejemplo, con ese engranaje perfecto que funciona como una sinfonía sobre la destrucción, de la bravura cinematográfica de la que su director es capaz. No se la pierdan.

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