martes, 21 de junio de 2011

Le Quattro Volte

Esta es parte de la declaración de principios que lanzó Michelangelo Frammartino como introducción a su nueva película:
“…¿Puede el cine librarse del dogma que dicta que el papel principal sea siempre interpretado por un ser humano?  Le Quattro Volte nos anima a zafarnos de nuestra perspectiva. Incita al espectador a buscar el nexo invisible que exhala vida en todo aquello que nos rodea…”

Antes de elucubrar este palabreo místico, Frammartino había estudiado arquitectura en Italia (que es más el estudio de las estéticas que de las estructuras), y había hecho su ópera prima, Il Dono, retratando con una mirada intimista a los vecinos de un pequeño poblado de Calabria. Con Le Quattro Volte Frammartino continúa con sus observaciones calabresas, pero esta vez su mirada es más divagatoria, o más universal. El factor humano de esta película es sólamente secundario, pasando el relevo del protagonismo a otros seres igual de sorprendentes y cinematográficos: los animales.


Los animales cinematográficos, especialmente aquellos que no vienen del mundo de la animación, suelen tener el don de la nobleza, o el de la inocencia. El burro de Robert Bresson era como el burro de Juan Ramón Jimenez, pero sin modernismos. En esta película, sin embargo, los animales son parte de una  fuerza secreta que domina y condiciona la vida de una pequeña comunidad. Frammartino recurre a Pitágoras y a Buda para narrarnos, de la manera más simple que cabe imaginar, ese "nexo invisible" que va pasando desde los últimos días en la vida de un pastor a los primeros en la vida de un cabritillo; del uso ritual de un inmenso árbol talado, al uso cotidiano de un saco de cisco. Cualquier retórica que se pueda desprender de esta película, viene dada por un montaje encargado de resaltar tanto la narratividad de sus elementos más simples como la intensidad de su propuesta poética.

Dicho esto, es hora de añadir la siguiente advertencia: Amantes de la adreanalina, ¡absteneos! La escena más explosiva de esta película consiste en el nacimiento del cabritillo; la mitad de los protagonistas que aparecen en sus 88 minutos de metraje son seres inanimados (el árbol, el carbón vegetal). Se puede decir que durante toda la película no pasa absolutamente nada...No pasa nada y, sin embargo, pasa toda la vida.  


Le quattro volte, a medio camino entre el documental y la pincelada poética es, a su manera, una película innovadora. No sólo se deshace  Frammantino de la hegemonía de los roles humanos, también se deshace de la redundancia de los diálogos y de la tiranía de las bandas sonoras. No estamos aquí frente a una revolución tipo Dogma, sino que nos encontramos ante una obra única. En ella caben el humor, la ternura, la decrepitud, la soledad, la rutina y la alegría. Apelando al ejercicio de la pureza nos ofrece cine en estado puro.

Cabe destacar también la planificación de las escenas. En la mayoría de ellas el movimiento de la cámara es mínimo y más de una vez éstas se desarrollan como instantáneas superpuestas, creando el tempo ideal para la película. Pero hay una escena, rodada en un plano secuencia, que tiene como protagonista al perro del pastor, y que nos da una idea de la capacidad de síntesis de Frammantino. Toda una joya humorística, que bebe directamente de Berlanga y de Tati.  


Es necesario ir al cine para ver películas de este tipo, sin estridencias ni conflictos, sin explosiones ni mercenarios que salvan el mundo.

Porque todos nos estamos haciendo viejos y, tarde o temprano, dejarán de subvencionarnos las pastillas. Y Le Quattro Volte nos recuerda que la vida sólo es parte de la naturaleza; que todos somos testigos, a la vez que protagonistas, de una tácita y hermosa desintegración.

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