domingo, 5 de junio de 2011

Submarine

Richard Ayoade, Richard Ayoade, Richard Ayoade... Cuando, hace pocos meses, Submarine se estrenó en las salas comerciales británicas, la prensa no hizo otra cosa que ensalzar a su director, el cómico Richard Ayoade, retratándolo como la figura más cool del presente panorama cinematográfico. Entre sus méritos se encontraba el haber pertenecido al prestigioso grupo de teatro amateur Footlights, su papel como el geeky Moss en la delirante serie de televisión The IT crowd, y el haber dirigido varios video-clips para grupos como Yeah, Yeah, Yeahs o Artic Monkeys.





Con este currículo no es de extrañar que Ayoade haya recurrido para su debut cinematográfico a uno de los temas más cool de todos los tiempos: la adolescencia. Irremediablemente asociada al despertar sexual, esta primera etapa de la juventud está caracterizada por traer a nuestras vidas descubrimientos fascinantes, estados de confusión  y un entrenamiento básico para conjurar todo aquello que nos duele o que nos avergüenza. En el cine, el retrato de la adolescencia ganó relevancia allá por los años 50,  cuando todo eran peinados y rebeldía, y el cinemascope nos proveía de la iconografía perfecta para inmortalizar el primer beso o el primer amor. De ahí hasta el engorro de perder la virginidad en las comedias tontas de los ochenta y noventa ha llovido muchas hormonas. Hoy en día los adolescentes cinematográficos nos hablan de su primer aborto o de su primera masacre en el Insti y uno no puede evitar hacerse la siguiente pregunta:”¿Qué fue del romanticismo?”.

David Trueba nos dio la respuesta a esta pregunta en su ópera prima La buena vida. En esta película Trueba nos venía a decir que el romanticismo nacía de la memoria, concretamente de cierta revisión nostálgica del cine francés de los años 50 y 60, en especial del cine de Truffaut y Rhomer, con esas mujeres tan hermosas hechas de celuloide y con esa obsesión, que ya casi nadie practica, por convertir todo, especialmente los diálogos, en literatura.




Ayoade vuelve también la vista al Cahiers de Cinema, y a El graduado y a Woody Allen y quizás incluso a Melody (la de Serge Gainsbourg y la de Waris Hussein), y utiliza esa mirada romántica para ofrecernos Submarine, adaptación cinematográfica de la novela homónima de Joe Dunthorne.

Ya desde la primera escena de la película, donde su protagonista aparece solo e indefenso frente a la inmensidad del mar, uno no puede evitar pensar en el final de Los 400 golpes. Pero Swansea no es París y Oliver Tate (protagonizado por Craig Roberts) no es Antoine Doinel. Miento. Oliver Tate es una mezcla de Doinel y de un adolescente Mark Corrigan(*). Y de Benjamin Braddock. Comparte con todos ellos el flequillo y la incomodidad frente a las situaciones cotidianas de la vida. En Swansea, lo cotidiano viene marcado por el abuso escolar, la inopia familiar y el amor. Son los años 80 y Oliver Tate se enfrenta al primer gran descubrimiento de su vida: el descubrimiento de la propia sexualidad, que es también el descubrimiento de la sexualidad de los padres.



Los padres, que diría Philip Larkin, siempre tienen que joderlo todo. En este caso los padres de Oliver Tate, insuperablemente encarnados por Noah Taylor y Sally Hawkins, hace tiempo que han dejado de practicar el sexo en su vida marital. Por si eso fuera poco, la madre ha empezado a tontear con un antiguo amor (Paddy Considine). Con este cuadro familiar de fondo, el joven Tate tiene que enfrentarse a los engorros de su primer noviazgo: aceptar las diferencias del prójimo, asumir las propias rarezas, e intentar perder la virginidad como si uno viviera en París, y no en Swansea, donde hay más ovejas que prostitutas. Es ese frágil equilibrio entre la idealización del noviazgo y el desencanto con el resto del mundo, el que Oliver Tate encontrará más difícil de mantener. Porque crecer es aceptar que la vida es un sueño cargado de impurezas. Y Jordana (Yasmin Paige), la novia de Tate, tiene dermatitis, una mirada sensual y un padre que está a punto de palmarla.


Todo esto está contado con una ternura inusual, como si la adolescencia transcurriera siempre en otoño, o como si las testosteronas fueran una mezcla de earl grey y pachuli. Ayoade utiliza cámaras super 8 y polaroids y mil y una influencias para retratar esta educación sentimental. Hay escenas que son como video-clips protagonizados por Oliver Tate con música de Alex Turner, líder de Artic Monkeys, donde podemos adivinar la magia infantil latiendo aún dentro de la imaginación del adolescente. El conjunto deja al espectador en un estado de perenne melancolía.



Oliver Tate es un héroe de nuestro tiempo y Submarine una película tierna e inteligente, que apela a la complicidad de todo romántico.  El romántico, ese ser que  se enfrenta a las relaciones sentimentales con la timidez del voyeur y con la compulsión morbosa del fetichista.



(*)Mark Corrigan es uno de los protagonistas de Peep Show, una de las mejores series de televisión de los últimos tiempos, feroz, corrosiva, nihilista, y tan divertida como encontrar un vello púbico en la copia de Poesías Escojidas que te ha regalado tu novia.

  

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