lunes, 25 de febrero de 2013

Amour

Después de 89,458 días de cenas íntimas, cartas arrebatadas, Kama Sutra y paseos por el parque cogidos de la mano, uno tiene que poner los cojones sobre la mesa y hacer frente a la realidad. La intimidad se va llenando de pastillas y dentaduras postizas, las perdices provocan acidez de estómago, el champán incontinencia, las fresas diarrea. A partir de cierto momento la vida consiste en ver cómo un barco cargado de recuerdos se va hundiendo irremisiblemente.
 
Michael Haneke ha titulado su última película con la sugestiva palabra Amour, un título acertado si tenemos en cuenta que se trata de la historia de dos tortolitos, un título engañoso quizás si consideramos que dichos tortolitos son dos octogenarios. No me malinterpreten. Reconozco que soy un cínico pero también tengo mi corazoncito. Creo que el amor puede existir perfectamente en la tercera edad, y si no que le pregunten a la Duquesa de Alba. Pero el tema amoroso suele estar asociado, al menos en la cultura occidental, a la idea del amor romántico, el cual suele estar regido por unos parámetros muy manoseados cuando se utiliza como contenido para una canción pop, una película romántica, o un libro de literatura femenina. Amour no es una película romántica, claro, y quizás hubiera sido más acertado llamarla Senectud, Misericordia o, parafraseando una canción de Fito Páez, El amor después del amor (aunque este último título le pegaría más bien a una película de Rohmer). Es decir, la intención de Amour no es hacer sentir bien al público, no hace entrega del alijo de endorfinas que promete en su título. Amour nos habla del miedo, de la enfermedad, de la muerte. ¿Qué esperaban? Esto es una película de Haneke. Para ver un catálogo de clichés sobre el amor, descárguense la última de Richard Curtis. O la penúltima, o la antepenúltima, etc. 
 
 
Haneke lleva un tiempo dinamitando las convenciones burguesas, anunciando, como un profeta bíblico, los íntimos horrores a los que parece estar abocado el hombre moderno. Es toda su obra la descripción certera de un peligro inminente. Si en algunas de sus películas -y pienso en Funny Games, Código Desconocido o Caché- la amenaza proviene tanto del prójimo como de nuestra actitud frente a él, en sus más reciente filmografía, la amenaza parece venir de dentro: la amenaza dentro de la familia, la amenaza dentro del cuerpo. En La cinta blanca (quizás su obra más asequible por el distanciamiento que provocaba la voz narrativa y el blanco y negro), Haneke nos hacía testigos de las acciones tremebundas que ocurrían en una pequeña comunidad en la época previa a la I Guerra Mundial. Todo el misterio y el aliento literario de que hacía gala esta película desaparece en Amour, que nos ofrece un retrato crudo y sin concesiones de una pareja de ancianos enfrentándose a la enfermedad.

Georges (Jean-Louis Trintignant) y Anne (Emmanuelle Riva) han vivido una vida larga y plena. Cuando lo vemos por primera vez ambos están sentados en un auditorio, aguardando el inicio de un concierto de piano. Ambos están lúcidos, ambos aún disfrutan de los pequeños placeres de la vida. Hasta que Anne sufre una apoplejía. Amour es el recuento de esa enfermedad y sus devastadoras consecuencias en la vida de la pareja. Sobresale en esta historia el retrato de Georges, marido devoto y enamorado, quien se entrega con dedicación suprema a la doble tarea de cuidar de Anne al mismo tiempo que intenta salvaguardar la dignidad de ésta. Conmueve la ternura del personaje, la delicadeza con que Trintignant lo compone y que se complementa con el carácter más fuerte de Anne acentuado por la presencia imponente de Riva. Haneke va describiendo, con esa precisión suya tan científica, los detalles del lento deterioro de Anne. Como siempre, su fuerza radica en el encuadre preciso, la manera que tiene Haneke de colocar la cámara y que le aporta a su cine esa musculatura narrativa infalible no exenta de aliento poético. Amour, a pesar de su temática, contiene algún que otro momento de éxtasis cinemático, como en la cautivadora escena inicial -un flashforward de la película- en la que un grupo de policías irrumpe en el piso cerrado a cal y canto de Georges y Anne, para descubrir el cadáver de ésta sosteniendo un ramo de flores; o la escena del primer ataque de Anne en la cocina, que es toda una lección de tempo y economía narrativa.

 

 Pero esa maestría de Heneke con la cámara, esas interpretaciones sublimes de unos actores tan acertados, esa efímera poesía, están puestos al servicio de una historia que no es sólo deprimente sino que es además común a todos. No hay nada de excepcional en esta historia de amor de Georges y Anne, si descontamos la resolución última de Georges con respecto a su mujer. Lo excepcional es el cliché, las mariposas en la barriga, los violines, el corazón saliéndonos por la boca. Lo otro, los 40 años más tarde, la enfermedad, la soledad, la inminencia de la muerte, es ley de vida, y maldita la hora en que nos gastamos 6 libras para que venga alguien a recordárnosla. 

3 comentarios:

  1. Como ya has comentado en mi blog sobre esta peli no hace falta que te diga mi opinión sobre la misma. Me ha gustado mucho tu exposición e impresiones sobre ella, estoy de acuerdo prácticamente con todo. No tengo más que añadir.
    Saludos!!

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  2. Bienvenida al blog, Pulgacroft, y gracias por tus comentarios.
    Se me olvidó mencionar en mi comentario lo acertado que me pareció esa comparación con Álex. Creo que todos somos Álex en un momento u otro al ver el cine de Haneke. Pero, ¿qué mal le hemos hecho nosotros a la sociedad?

    Saludos

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  3. Sr.Con Boina, por supuesto bienvenido tú a mi blog también.
    Pues sí, la verdad es que fue la sensación que me dio cuando terminé de ver la película, la de sentirme como Alex cosa que no me gustó ya que me dio la impresión de que alguien quería darme una reprimenda por algo que no había hecho. Como bien dices en tu entrada, todos sabemos un poco lo que "viene después" y no hace falta que me lo "hagan ver a la fuerza" (también podía haber apagado la tele, eso es cierto).
    Saludos!

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